Opinión

Perdón por los pecados históricos

Hay profesores españoles que en Iberoamérica comienzan sus disertaciones pidiendo perdón

Desde no hace demasiado tiempo algunos políticos latinoamericanos, todos ellos con un perfil ideológico semejante, no dejan de solicitar a los gobernantes españoles que pidan perdón por los crímenes que, según ellos, cometieron nuestros antepasados hace más de quinientos años contra las gentes que habitaban esos países antes de la llegada de los españoles.

Sería absurdo no reconocer que aquellos conquistadores cometieron todo tipo de excesos contra los nativos, pero también me parece una canallada no reconocer que los reyes españoles aprobaron un conjunto de leyes que prohibían explícitamente que los indios fueran tratados como esclavos, cosa que no hicieron los mandatarios de los restantes países conquistadores. Obviamente, esas leyes no evitaron que se cometieran tremendas tropelías, pero la mayor parte de los responsables fueron apresados y traídos a España para ser juzgados por los tribunales de justicia. Como queda meridianamente claro en el libro de Varela Ortega (2019), titulado España, un relato de grandeza y odio, la conquista de América por lo españoles solo puede ser entendida si se analizan conjuntamente ambos tipos de acciones.

En estos últimos meses, ese movimiento inquisitorial ha sido liderado por el actual presidente de México, tomando como base de sus argumentos hechos inconexos y en bastantes casos falsos, tal y como lo constata con datos contundentes el periodista argentino Marcelo Gullo en su artículo titulado Reto al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (El Imparcial, 25/08/2021). El hecho de que algunos políticos latinoamericanos caigan en la falacia de juzgar lo que sucedió en esa conquista empleando criterios éticos del presente tiene cierta lógica, ya que esa actitud pública les ayuda a tapar los grandes fracasos de sus políticas actuales. Algunos ni siquiera se conforman con ese tipo de argucias propagandísticas, sino que se atreven a dar un paso más tratando de imponer a la ciudadanía la interpretación de los hechos históricos de acuerdo a sus creencias ideológicas, falseando de ese modo la historia, mediante la aprobación de peligrosas normas, calificadas eufemísticamente como leyes de memoria histórica. Y otros incluso llegan a sobornar a las editoriales (por supuesto, a las que se dejan) para que los libros de texto escolares impongan a los alumnos la visión histórica que a ellos más les interesa. Lo que me parece menos comprensible es que también participen en ese juego sucio historiadores profesionales.

Perdón por los pecados históricos

Perdón por los pecados históricos / Antonio Postigo

Esa revisión inquisitorial e interesada de la historia ha producido un sentimiento de culpa entre ciertos profesores universitarios españoles que se pasean por los países iberoamericanos dictando conferencias e impartiendo cursos de formación, tal y como lo demuestra el hecho de que comiencen sus disertaciones pidiendo perdón al público por el pecado que cometieron nuestros conquistadores. Podría citar nombres concretos de famosos profesores universitarios que han pedido ese perdón delante de mí, pero por prudencia omitiré sus nombres y apellidos. No sé si esas genuflexiones públicas las hacen por convicción o porque les conviene actuar de ese modo. Lo que sí puedo afirmar es que esa petición pública de perdón es el mejor recurso para garantizarse el aplauso generalizado del auditorio y el favor de los organizadores de esos eventos. Unos organizadores a los que lo único que les importa es que el conferenciante cautive al auditorio por ser éste el mejor procedimiento para que los políticos que detentan el poder les financien sus eventos. Al mismo tiempo, también favorece al profesor español que va por esos países pidiendo perdón por las supuestas bestialidades cometidas por los conquistadores españoles, ya que es una garantía infalible de que lo volverán a contratar.

Supongo que los profesores visitantes universitarios españoles que tienen la costumbre de iniciar sus parlamentos en los países iberoamericanos con esa petición pública de perdón por los hechos históricos cometidos por nuestros antepasados pertenecerán a espectros políticos y religiosos muy diferentes.

Sin embargo, el perfil de los colegas que han puesto en práctica ese comportamiento en mi presencia es el de unas señoras y señores que fueron católicos practicantes muy fervorosos (muchos de ellos antiguos seminaristas y excuras) que hoy militan o simpatizan con partidos políticos de ideología comunista, travestida en eso que se denomina «socialismo del siglo XXI». La única explicación que a mí se me ocurre para entender (aunque no para justificar) esas genuflexiones es el complejo que les dejó su aceptación de que tenemos contraída una deuda perpetua como consecuencia del grave pecado original cometido por Adán y Eva en el paraíso terrenal.