¿Persiste el machismo en España?

Los especialistas en violencia de género están de acuerdo en que el origen del problema es el patriarcado

Cándido Marquesán

Cándido Marquesán

A 23 de enero actual en los últimos 20 años, según el Ministerio de Igualdad, ya se han producido por violencia machista 1.188 muertes de mujeres. En 2022, 49, de las cuales el 51% no habían denunciado y en el 2023 ya 6. ¿La sociedad española es consciente de esta tragedia?

Si repasamos la historia del maltrato a las mujeres por parte de los hombres ha existido en todas las épocas y en todos los lugares; y se ha utilizado como instrumento para instaurar y mantener el poder y el dominio sobre la mujer.

Es cierto que en España y otros países se han aprobado leyes de igualdad y que se toman medidas de protección, pero el colectivo femenino sigue siendo víctima de agresiones y de asesinatos.

Los especialistas en violencia de género están de acuerdo en que el origen del problema es el patriarcado: un sistema de dominio institucionalizado para subordinar e invisibilizar a las mujeres, con respecto a los varones, creando así una situación de desigualdad estructural basada en la pertenencia a determinado «sexo biológico». Una de las secuelas más graves del patriarcado es el machismo, que genera la intolerable lacra social de la violencia de género, ejercida contra la mujer sólo por ser mujer. En 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas definió la violencia contra la mujer como «todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada».

Hasta hace unas décadas el modelo de mujer española era: virgen antes del matrimonio, sumisa en la relación íntima y madre abnegada. Se deslegitimaba el instinto sexual femenino, al no reconocerle su deseo como natural, sino como algo sucio e impropio de su condición. Por el contrario, el machismo y el donjuanismo eran los prototipos viriles de la época. Frente a la fidelidad femenina para los varones estaba bien vista la asistencia a prostíbulos y el tener una querida era un signo de ostentación. Subordinación al varón, ya que necesitaba el permiso del padre o marido para muchas acciones. Si sufría mal trato por parte del marido le resultaba muy difícil denunciarlo. Su confesor le recomendaba resignación. Si iba a la policía y a los jueces, lo cuestionaban o lo relativizaban como normal en las relaciones de pareja.

Su dependencia económica y emocional respecto al marido, la presión social de aguantar por el bien de los hijos, suponían una gran dificultad para separarse. No había divorcio. Ni siquiera existía el concepto de violencia de género. En 1944 se reincorporó un artículo del Código Penal de 1870, que venía siendo problemático desde antiguo, el 428, suprimido por la legislación republicana, el «uxoricidio por causa de honor»: «El hombre que matara a su esposa sorprendida en adulterio sufrirá tan solo pena de destierro de su localidad y quedará eximido de cualquier castigo si solo le ocasiona lesiones».

Ese poso del patriarcado, con su secuela machista, en la forma de pensar y de comportarse está mucho más arraigado de lo que pensamos. Es cierto que a partir de los años 70 hubo un importante cambio: las mujeres en el mundo occidental, disconformes con su desigualdad, fueron accediendo al mercado de trabajo y a la educación superior masivamente, obteniendo así una mayor autonomía personal y material, aunque esto les suponía asumir la pesada carga de compaginar a la vez el rol de madres y esposas. Auténticas heroínas.

No obstante, aún tienen muchas más dificultades que los hombres para llevar a cabo su proyecto de vida. Sin olvidar la brecha salarial y el techo de cristal. Estas conquistas femeninas han sido vistas por algunos hombres como un cuestionamiento de su posición de dominio, superioridad y control y, también, la idea de propiedad sobre la mujer, lo que ha provocado que la violencia machista incluso se incrementara estos últimos tiempos.

Estamos muy equivocados si pensamos que las nuevas generaciones tienen otros valores y rechazan al machismo. Según el último Macroestudio de Violencia de género Tolerancia Cero, realizado por la Fundación Mutua Madrileña (11/2022), más de un 20% de chicos entre los 18 a 21 años no cree que golpear a la pareja después de una discusión, insultarla o controlarle el móvil sea violencia de género. ¿Está relacionado con el hecho de que muchos jóvenes voten a Vox?

Como conclusión, hace falta un gran esfuerzo de toda la sociedad hacia el objetivo de la igualdad de género. Debemos concienciarnos para que las diferencias existentes entre hombres y mujeres, no acaben en desigualdades y que sirvan para enriquecernos mutuamente. Y esto no se alcanzará sólo con medidas legislativas –diseñadas y aplicadas casi siempre desde posiciones androcéntricas–, sino, sobre todo, cambiando el sistema de valores, creencias y actitudes sexistas de esta sociedad. Y en ello es clave la formación y la educación. Formar a los cuerpos policiales, al estamento judicial y al profesorado desde la perspectiva de género. Y por supuesto, a esta labor educativa deben incorporarse los medios, la familia y toda la sociedad en su conjunto. Y especialmente la clase política por su visibilidad. Educar es tarea de toda la tribu. Es la única manera de erradicar el machismo y su lacra derivada, la violencia de género.

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