Opinión | FIRMA INVITADA

La ‘vulnerabilidad’de Sánchez

Este anuncio no tiene equivalente y contraviene la naturaleza misma de la política, pues amenaza con renunciar a su fundamento último, el poder

Decía Maquiavelo de la política que es el arte de conquistar, mantener y no perder el poder. Todos los discursos y comunicados están destinados a ello, independientemente de que haya detrás ideologías consistentes o simple demagogia. Desde este punto de vista, el episodio de Sánchez muestra dos cosas.

Primero, que quienes no tienen el poder, haciendo caso al consejo de Aznar («que cada cual haga lo que pueda»), se han lanzado con todo para quitárselo al presidente. Por un lado, transgrediendo el pacto tácito de que la vida personal o familiar no se toca. Y, por otro lado, logrando unir en un mismo bloque hegemónico a medios de comunicación, jueces y actores políticos, así como a una importante parte de la ciudadanía, desde hace ya un tiempo extremadamente airada y movilizada. Que todo ello esté sazonado con bulos es lo de menos, pues la verdad, aunque lo pareciera, nunca fue relevante en lo político.

En segundo lugar, que la reacción de Sánchez ha sido inaudita. Por un lado, por tomarse un tiempo para decidir si abandona o no el juego. Este anuncio no tiene equivalente y contraviene la naturaleza misma de la política, pues amenaza con renunciar a su fundamento último, el poder, en este caso, además, muy hábilmente conquistado. A no ser que tal gesto quiera generar indignación y orfandad, tanto en su indisciplinado partido como en los otros que le apoyan, nunca hasta ahora tan diferentes e incluso contrapuestos entre sí, a la vez que exclusivamente interesados en sacar sus respectivas tajadas. Pero este gesto quizás busque también movilizar a cierta ciudadanía que hasta la fecha apenas se había preocupado por la ofensiva de la derecha. La amenaza de renuncia pretendería, en fin, apretar y activar a los suyos para enfrentarse mejor y más contundentemente a los otros.

Por otro lado, el gesto de Sánchez es inaudito por la exhibición de vulnerabilidad y la manifestación del amor que profesa a su esposa, asuntos ambos que no casan nada con el ejercicio del poder, donde rige el patriarcalismo puro y duro, pues pone lo público por encima de lo doméstico y la fortaleza sobre el resto de las virtudes. Además, al mostrarse tan frágil y apegado a su esposa parece haber topado con el mismo techo de cristal que, según el feminismo, suele bloquear el ascenso de las mujeres. El conjunto resulta desconcertante. A no ser que la exhibición de esta nueva masculinidad, tan cara al feminismo, busque apelar a emociones habitualmente bloqueadas por la política, pero que forman parte de la simple y llana sociabilidad, lo cual extendería e intensificaría su popularidad. Este asunto es sin duda el que más impacto internacional provocará y no es difícil que Sánchez aparezca como el reverso y antítesis del machismo desacomplejado que representó Rubiales o como la versión masculina de la ex primera ministra neozelandesa Jacinda Arden, que abandonó la política por considerarla inhumana.

Pronto veremos si estamos ante un gesto sincero de impotencia o ante una estrategia de largo recorrido. Lo primero es difícil de creer, porque Sánchez ha demostrado ser un animal político capaz de estresar al sistema como nadie lo hizo antes. Nada menos que cuatro veces desde 2016. Sin embargo, esa posición de renuncia y vulnerabilidad ha decidido ocupar con su ya famosa carta. Si, por el contrario, estuviéramos ante una estrategia para mejorar y aumentar la movilización frente a una derecha nacional cada vez más embravecida, no es arriesgado concluir que se avecina un violento choque de trenes. El lunes saldremos de dudas.

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