Sala de máquinas

Educación física, asignatura pendiente

Juan Bolea

Juan Bolea

La exploración de la mujer contemporánea, su búsqueda de identidad a través de sus experiencias e intuiciones en relación, sobre todo, con su universo físico, táctil y carnal describe, más que define, el tema de La educación física, la novela de Rosario Villajos que acaba de ganar el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.

En sus páginas, escritas –según los párrafos que la actriz Vicky Luengo leyó en público, a modo de primicia, durante la comunicación del fallo– con un estilo denso, original, en una tercera persona que funciona como una primera, viajaremos a los años noventa de la mano de una adolescente que vive sus primeras aventuras, como si acabara de estrenar la libertad. Ella es joven, insegura, y su avidez de vivir se mezclará con todos los temores derivados de una educación tutelada. Entre las asignaturas pendientes de dicha educación aparenta figurar, como un negro vacío, el conocimiento y aceptación del propio cuerpo. Que puede ser objeto de deseo o agresión, veneración o desprecio. A partir de ese modo de experimentar y sentir, trasladado a la estética literaria, los lectores –muy en particular las lectoras se sumergirán en una visión, nunca mejor dicho, corpórea del personaje, experimental, sensitiva, no siempre inclusiva con respecto a los demás y excluyente de todas aquellas almas –los otros personajes– que no se dejan ver, ni apenas intuir, salvo en el poso legado por sus ausencias.

Temas de hoy, por tanto, aunque ambientados en los años noventa del pasado siglo. Asuntos generacionales, propios de los albores de esa generación millennial que buscó y sigue buscando el cambio de patrones a base de nuevas maneras de comunicar sus emociones y enjuiciar las monolíticas piedras del poder. Jóvenes millennials que ya no son tan jóvenes, sino hombres y mujeres de treinta y tantos o cuarenta años, indignados, indiferentes, ateos de ideologías y religiones y súbitamente enfrentados al vacío de la existencia en el reflejo de sus propios cuerpos observados desde los ojos de la soledad. Una generación llena y vacía a la vez, cuerpos al mismo tiempo solitarios y compartidos, almas plenas de un amor que no siempre encontró el lugar adecuado donde posarse.

Y que tal vez por eso, precisamente, lean a Rosario Villajos, buscando en su educación física una nueva y más satisfactoria identidad.

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