Sala de máquinas

Distintas coronaciones

Juan Bolea

Juan Bolea

Los fastos de las coronaciones de Carlos III y Camila contrastan con la modestia con que se coronaron los reyes españoles Felipe VI y Letizia. Frente a los nueve mil invitados a las fiestas previas a la ceremonia y las dos mil altas autoridades que acudirán a la abadía de Westminter, incluyendo a numerosos miembros de casas reales y presidentes de un sinfín de gobiernos e instituciones de toda clase, a la entronización de Felipe VI no vino nadie.

Aquel acto, que debería haber sido multitudinario, y un acontecimiento a nivel mundial, se celebró a puerta cerrada en el Congreso de los Diputados. Después, los nuevos monarcas españoles saludaron al pueblo desde el balcón del Palacio Real. Y eso fue todo. No hubo reyes, presidentes, no hubo fiestas, agasajos... ¿Por qué? ¿Para evitar posibles críticas? ¿Por miedo al boicot, al rechazo? ¿Quizá porque la monarquía española, a diferencia de la británica, no tiene suficiente confianza en sí misma como para exponerse al público, y a la opinión pública mundial, en un acto de esta naturaleza, profundo, solemne, irrepetible?

Esta manera de tratar y tratarse a sí mismas estas dos tan diferentes monarquías debería hacer reflexionar a los cerebros grises que asesoran al palacio de La Zarzuela. No tiene sentido que la monarquía española esté siempre en un segundo plano, de tapadillo, como para no molestar al Gobierno ni a nadie. O tenemos una Jefatura del Estado con competencias o relegamos a nuestros reyes a un papel decorativo, sin relevancia ni trascendencia. Nadando entre dos aguas, con esa ambigüedad tan propia de la política española, no vamos a ninguna parte.

Los que sí saben dónde van son los ingleses. Con todos sus escándalos, provocaciones y pese a la evidente incompetencia de algunos de los miembros de su estirpe, Carlos III se corona en olor de multitudes. La publicidad de su entronización dará la vuelta al mundo, apuntalando la manera de ser, de vivir, de actuar, del pueblo inglés, y reclamando o renovando sus jefaturas.

Los británicos están orgullosos de sus instituciones, con la monarquía al frente. La mayoría de los españoles, en cambio, las aceptan con indiferencia, y a nuestra monarquía como un mal menor para evitar la república.

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