Dependientes camiseros

La defensa de nuestras convicciones, expuestas racionalmente, es lo que nos distingue como personas

Antonio Morlanes

Antonio Morlanes

Con mis opiniones jamás limitaré las ideas y el pensamiento de los demás. Considero que la defensa de nuestras convicciones, expuestas racionalmente, es lo que nos distingue como personas. El respeto por las ideas de los demás y poder defender las propias es la única manera de convivencia ciudadana. Cuando se quiere imponer las ideas personales aplastando las del resto estaremos claramente en el camino de la dictadura, que se basa en la negación de la libertad y en la exigencia del cumplimiento de normas que sólo favorecen al grupo que las dicta. En definitiva, cuando alguien trata de imponerse al conjunto es como vivir encarcelado mentalmente, por el contrario, con el diálogo y el entendimiento mutuo obtendremos una convivencia enriquecedora por la confluencia de intereses.

Me voy a permitir escribir un microrrelato.

Esta es la historia de Manuel, que un día decidió comprarse una camisa porque le apetecía y además también la necesitaba. Había oído hablar a alguien que cerca de donde él se encontraba había una tienda que anunciaban buena calidad y precio justo. Así que hacia allí se dirigió, entró y enseguida le atendió un dependiente. Manuel le expuso que deseaba comprar una camisa blanca para él. El dependiente tomó su papel protagonista y le dijo:

–¡Estupendo!, ha elegido usted la mejor camisería de toda la ciudad. Le aseguro que en ninguna otra le podrán ofrecer la variedad que tenemos nosotros. –Manuel lo miró interesado, pensando que había hecho una gran elección yendo hasta esa tienda, que además le quedaba cerca del trabajo. El dependiente prosiguió, crecido ante la cara de expectación de su cliente, con su argumentación–. Y no quiero decirle nada del precio porque es imposible que nadie compita con nosotros.

A Manuel, que podría ser cualquiera de nosotros, le gustó saber que podría comprar barato, siempre es un aliciente para el ego humano.

–Quiero una camisa blanca, de un tejido que no se arrugue, entallada y que tenga bolsillo superior. Me gusta llevar allí las gafas. –Expuso sus necesidades, el cliente, percatándose de la cantidad de producto que allí había.

–No se preocupe. Tenemos todos los modelos. –El dependiente camisero no le preguntó la talla ni sacó su cinta métrica para medirle el cuello. Simplemente siguió hablando y obviando lo que su cliente le había mencionado–. Además, mire lo que le digo, dos calles más arriba hay otra camisería, pero es lamentable. Usted va allí y no le dan ni los buenos días y creen que por eso pueden cobrarle más que nadie.

La paciencia de nuestro comprador empezaba a estar al límite.

–Por favor, me podría decir si tiene, o no, una camisa blanca con bolsillo superior, de mi talla, y que no se arrugue.

–Claro, claro. Si está usted en la mejor camisería de la ciudad. Fíjese, todas las que hay por los barrios periféricos le ofrecen una calidad ínfima: se le caerá la camisa a trozos en dos lavados.

–Bueno, está bien, pero enséñeme lo que tienen aquí –dijo Manuel, claramente disgustado.

–Tenemos lo mejor. No se arrepentirá, se lo aseguro, si se decide por nosotros. Disponemos de todos los colores, la mejor calidad, los precios más competitivos, ya le digo… lo mejor, no como otras tiendas…

–Pues verá, me conformo con que me enseñe camisas blancas, entalladas, que no se arruguen y que tengan un bolsillo superior. –Volvió a enumerar sus necesidades y añadió–: Porque sin verlas, no puedo comprar.

Que el lector decida el final.

Al igual que Manuel, nosotros, los compradores o ciudadanos, sólo pretendemos que nos digan con claridad cuál es la oferta que nos ponen encima del mostrador y, en base a esto, elegir la tienda que más nos interese y con la que nos encontremos más identificados.

No debemos dejarnos convencer por análisis que no se producen en nuestro pensamiento. Es increíble cómo, cada vez que encendemos el televisor o leemos una publicación, vemos que un grupo, no pequeño, de periodistas se ha convertido en dependientes camiseros que no hablan sobre la calidad del producto que pretenden representar, muy al contrario, sólo se dedican a pregonar que la competencia no es buena, incluso que no tienen camisas. Es lamentable estudiar una carrera para sólo estar al servicio de quien les interesa en ese momento, se asemejan más a los escribanos que en la Edad Media escribían al dictado. Y ya no digamos de aquellas otras personas que dedicándose a la política, una de las tareas más implicadas con las sociedad y su convivencia, es ser protagonista sobre el modelo más justo que se pretende implantar.

Un ejemplo, en negativo, lo tenemos en la señora Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, que el domingo 25 del corriente, en portada del periódico El Mundo, proclama el siguiente titular: «La izquierda está destruida, sólo puede remover el pasado y Vox se lo pone fácil». Otra dependienta camisera (sin ánimo de ofender al gremio) que, sin poner su producto en el escaparate, manifiesta la destrucción de la otra tienda. Lo único que se me ocurre es que el tan consabido grito de la unidad de España, se esté refiriendo a quienes piensan igual que esos dependientes camiseros y que sueñan con la eliminación del resto de españoles.

Si debiera encontrar un espacio en donde se les producen esas ansias, me atrevería a decir que es en el odio. Así los oigo cuando hablan, odiando a todo lo que no es, como son ellos.

Recapacitemos y exijamos que los dependientes camiseros se dediquen a mostrarnos sus camisas y no a contarnos lo mala que es la competencia, esa es nuestra función y seremos nosotros quienes decidiremos, con nuestro voto, qué camisa queremos.

*Presidente de Aragonex

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