Nueva selectividad sin sorpresas

El Periódico de Aragón

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Los profesores y alumnos que empezarán el curso de segundo de bachillerato en los próximos días lo harán con una incógnita menos. A las preocupaciones habituales de este nivel (en el que rematarán su formación secundaria, decidirán su futuro entre la universidad y la FP y deberán conseguir los resultados que les permitan acceder a los estudios de su preferencia) no se le unirán las dudas sobre cómo prepararse para las pruebas de selectividad del próximo verano, cuando finalmente no se aplicará el nuevo formato aún por aprobar.

La pasada primavera, el Ministerio de Educación decidió posponer, tras la convocatoria de las elecciones generales, la tramitación del nuevo modelo de la prueba que debía aplicarse en 2024. Existía pues la posibilidad de que este curso se debiera preparar e iniciar en septiembre sin saber qué se exigiría a los alumnos el próximo mes de junio. Es cierto que el bachillerato debe ser un episodio formativo con sus propios objetivos y finalidades, y no un curso de preparación para la universidad (como el difunto COU) o aún menos de preparación para un examen. Una prueba que sigue siendo necesaria para ordenar la demanda y oferta de plazas de la universidad sin que esté definida solo por la mayor o menos laxitud a la hora de evaluar de cada centro educativo, pero que no debe condicionar qué y cómo se enseña. Pero es inevitable, mientras se mantenga un examen de este tipo, que al menos en parte sea así. Todavía hay tiempo para alcanzar la fecha propuesta para finalizar la transición hacia el nuevo modelo (2028) sin necesidad de iniciar el curso con una zozobra innecesaria.

La actual ley orgánica de educación, la Lomloe, aprobada en 2020, establece que tanto las estrategias educativas en la secundaria como la prueba que regula posteriormente el acceso a la universidad han de tener características competenciales antes que memorísticas. Con exámenes más largos y ejercicios que reclamarán más reflexión, asociación de ideas y aplicación de los contenidos adquiridos a la resolución de cuestiones. Es algo que, a muchos alumnos que las han superado en los últimos años, no les sonará extraño. Este proceso de transformación pedagógica está más maduro en algunas comunidades autónomas que en otras. Es una de las consecuencias del modelo territorial vigente actualmente en el sistema educativo español, incompatible con algunas de las reclamaciones de que la nueva prueba sea radicalmente uniforme.

La reorientación de todo el sistema de un modelo de memorización de contenidos a otro de maduración de las competencias necesarias para adquirirlos en cualquier momento de la vida, y aplicarlos en la práctica, a menudo es caricaturizada como una renuncia a la excelencia. La formulación de la prueba de la selectividad como una prueba real y aplicada de madurez académica no tiene, no obstante, por qué representar una rebaja de nivel falta de exigencia. Al contrario, no debería haber nada más exigente hacia el alumno que ponerle ante la necesidad de pensar.

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