CON LA VENIA

De besos y traiciones

La dimisión de Rubiales, forzada socialmente, es sin duda un paso en la buena dirección

Juan Alberto Belloch

Juan Alberto Belloch

Llevamos infinitas semanas analizando el alcance de los hechos protagonizados por Luis Manuel Rubiales Béjar, ya oficialmente expresidente de la Real Federación Española de Fútbol, hechos que tuvieron desde el principio marcada tendencia a a formar parte de una serie de Netflix. Al tiempo.

A nuestro Rubiales se le acusó de haber besado a una de las futbolistas de la selección española sin su consentimiento. Y también, de otra actitud en mi opinión más grave por soez , consistente en la manipulación de sus genitales en presencia de otras autoridades y ante la atónita mirada de medio mundo. Hay quienes sostienen que estamos en presencia de una manifestación explícita del machismo estructural que a pesar de todo, pervive en el seno de las instituciones públicas y privadas. Por el contrario, hay quienes defienden una posición prácticamente exculpatoria, por haber mediado en principio, el aparente consentimiento de la víctima y por adscribirse el beso a un simple exceso de emotividad causado por la intensidad de lo vivido, la victoria de nuestras representantes en el campeonato mundial de fútbol femenino. Toda una proeza inesperada.

Como juez un tanto resabiado , no me costaría demasiado esfuerzo dictar sentencia que, desde luego, sería condenatoria por ilícito penal grave. En esta clase de asuntos es frecuente que el juez tienda a pensar que todas las partes tengan razón, o que no la tenga ninguna. Sin embargo, en el caso analizado, el conjunto de hechos periféricos conduce a una sentencia condenatoria que, eso sí, debería estar fundada en un enfoque sociológico para tener en cuenta todas las circunstancias concurrentes.

Por otra parte, es fácil pero insuficiente, tratar de indagar y obtener información en las cuestiones de fondo que también suscita el personaje. Resulta especialmente tentador perderse en un jardín de suposiciones, sospechas filtraciones y lenguajes con el aroma inconfundible de las mafias deportivas. Pero esta clase de trabajos serían propios de fiscales y jueces en activo, más que de un modesto columnista. O me equivoco, o no tardaremos mucho en contemplar la quiebra de las cadenas de lealtades mutuas que los protagonistas se deben entre sí y pronto se comprenderá que no son de acero inoxidable, sino de otro material más maleable en ese escenario es previsible que se produzcan traiciones de las que tendrán que dar cuenta sus autores ante los tribunales arrojando a la insaciable hoguera del morbo patrio unas cuantas osamentas. Se están recopilando y ordenando datos e informaciones en los que sustentar la traición que se avecina, que será tan intensa como proporcionada a la gravedad de los intereses en juego. Si se pretende dibujar el mapa de los daños colaterales producidos por los acontecimientos desencadenados por un aparentemente simple beso, sería preciso observar y estar atento a cada una de las palabras, gestos y actitudes de los protagonistas de este nuevo serial que ahora sólo comienza y que promete largos y densos capítulos por entregar.

En medio de la tormenta se atisban, sin embargo, algunos elementos positivos que se están produciendo a raíz de éstos hechos. Por de pronto, la enorme repercusión pública que ha tenido y que continúa vigente a nivel nacional e internacional, constata que se ha progresado de manera decisiva en la introducción del principio «tolerancia cero» en todos los aspectos de la violencia de género.

El proceso es lento, y a pesar de retrocesos puntuales, no se detendrá. No es fácil datar la fecha concreta en la que se dio el salto cualitativo, pero lo evidente es que hasta hace bien poco el caso que nos ocupa, no hubiera existido. El hecho –un beso– y, sobre todo, la reacción producida y en parte inducida, marcan un hito relevante en la lucha contra el machismo. Hasta hace bien poco, lo ocurrido hubiera cursado sin reproche jurídico de clase alguna, ni civil ni desde luego penal, ya que esta clase de conductas no eran consideradas dignas de sanción, ni siquiera de repulsa social contundente. Una referencia vaga y difusa a la falta de educación o a la grosería del interfecto serían, todavía ayer, la respuesta para zanjar el incidente. Y eso no volverá a ocurrir nunca más. La amenaza cierta de imponer penas de prisión a los autores de tales conductas, puede generar los efectos preventivos perseguidos por la norma penal. Son comportamientos inadmisibles en una sociedad verdaderamente democrática. La dimisión del mandatario, forzada socialmente, es sin duda un paso en la buena dirección.

No soy tan ingenuo como para pensar que el conjunto de la sociedad haya interiorizado y hecho suyos el conjunto de valores de las reformas legales llevadas a cabo en los últimos tiempos. De hecho, con frecuencia observamos comportamientos teñidos de hipocresía. Por eso la lucha democrática debe continuar sin olvidar (como decía un sabio) que tal categoría tiene peor prensa de la que merece, al constituir el homenaje permanente «que el vicio rinde a la virtud».

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