La selección femenina, punta de lanza

La posición de las campeonas mundiales de fútbol ha logrado eco internacional con mucha determinación

Fernando Carnicero

Fernando Carnicero

Se cumple poco más de un mes desde que la selección española de fútbol femenino se proclamara Campeona del Mundo. Lo que debía haber sido un tiempo de celebración, alegría y reconocimiento, se ha convertido un vodevil impropio de un país democrático. Aquellos que deben cumplir y hacer cumplir el espíritu deportivo que debe acompañar acontecimientos de este tipo, han quedado en evidencia y en un ridículo permanente, hurtando a las componentes de la selección española un reconocimiento acorde con el enorme triunfo conseguido.

Pero entre el ruido, las malas artes, presiones y esa búsqueda del sálvese quien pueda, las jugadoras de la selección española se pueden sentir orgullosas porque han conseguido dos objetivos impensables hasta muy poco tiempo: desde el punto de vista deportivo han colocado una estrella en la camiseta de la selección y socialmente han desenmascarado a una pléyade de aprovechados y sinvergüenzas, o vete a saber que más saldrá, que pueblan despachos y organismos de las más altas instancias del fútbol español. El presidente de la RFEF, Luis Rubiales, y algún otro, se sentarán en el banquillo, y ese grupo de personas de los que se rodeó, han quedado desacreditados envueltos en ese folletín vergonzoso que han montado alrededor del momento más glorioso del fútbol femenino español.

Resulta extraño que nada se moviera cuando hace un año quince jugadoras abandonaron la selección pidiendo la destitución del entrenador Jorge Vilda. Ni se habló de las sanciones que ahora se están poniendo sobre la mesa, ni se analizaron en profundidad los motivos que llevaron a ese plante. El tiempo ha venido a demostrar que había un problema de fondo, se ha visto que la federación era una olla a presión y que las jugadoras estaban al límite del aguante. La consecución del campeonato del mundo y el comportamiento del presidente de la Federación han abierto la espita que ha puesto el fútbol español patas arriba. Nuestras deportistas ya han cumplido con creces, han defendido su posición en el campo ganando el Mundial y se han convertido en la punta de lanza frente ese grupo indigno que ocupaba la RFEF.

Ahora les toca seguir, deben hacer lo que mejor saben: jugar. Y por parte del público y de todos los estamentos deportivos e instituciones, se les debe de dar un apoyo y reconocimiento unánime que les compense de esos malos momentos que les han hecho pasar.

Las jugadoras han vuelto a la selección, siguen ganando y las gestiones que haya que hacer para depurar responsabilidades deben dejarlas en manos de sus representantes legales y la justicia para que ellas puedan dedicarse a seguir llevando con orgullo esa camiseta estrellada que con tanto esfuerzo han conseguido.

Las autoridades competentes en este asunto, deben liberarlas de la presión a que han estado sometidas y asumir la responsabilidad de purgar a todos aquellos que han sido señalados por las jugadoras de la selección y que han convertido el fútbol en su cortijo particular.

La posición de las jugadoras de la selección ha conseguido un eco internacional, ha encontrado el apoyo y respaldo de compañeras de otras selecciones y su fuerza y determinación se han convertido en una espada de Damocles que pende sobre aquellos que tienen la responsabilidad de renovar unos estamentos deportivos que huelen muy mal. Un fútbol limpio es tarea de todos y esa labor no puede condicionar el futuro deportivo de estas jóvenes deportistas que han demostrado en el campo y fuera de él que con ellas no se juega.

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