TERCERA PÁGINA

La merecida ‘Fiesta de la Historia’

La Universidad nos recuerda que la historia está viva y que somos parte de ella

Ya se sabe que la desafección sistémica por las ciencias sociales en general, y por la historia en particular, es un mal del que adolece esta sociedad líquida en la que nos movemos. Se trata de un proceso forjado año a año, desde las instituciones públicas hasta los estragos de la alienación en la que yacemos y que alimentamos amparados por nuestro preciado y volátil presente. Tan individualistas como adormecidos deambulamos en la búsqueda de la doxa y rehuimos de todo análisis histórico que requiera un mínimo de esfuerzo.

No contentos con ello, la volcamos en las redes o, peor aún, la disparamos a todo aquel que se cruce en nuestro camino cual bala que busca herir más que construir. Y así, sin importarnos la posible doblez de nuestra cimentación, nos formamos una idea del pasado ajustada a nuestra medida y conveniencia, a modo de un vestido que sacamos a lucir. Un traje hilvanado por verdades unívocas y axiomáticas que evidencian sus descosidos.

Poco importa que, en la historia, esa disciplina siempre tan maltratada, no toda opinión sea válida, ni mucho menos que fundamente su conocimiento desde el método histórico contrastado en una tradición historiográfica forjada en la comunidad plural de historiadores. Lo importante es ahogarla en las aguas de nuestra ignorancia, para nadar sobre sus aguas y, fieles al aforismo de que cada uno presume de sus carencias, promulgar nuestra incompetencia a los cuatro vientos.

Pero volvamos a esos pilares aparentemente contradictorios en los que hoy en día parece alzarse la necesidad de toda sociedad por mirarse en el espejo de su historia. Me refiero a esos cimientos porosos en los que alzamos la disciplina a modo de un castillo de naipes que nos empeñamos por deconstruirla y que ya hemos señalado: por una parte, la desmotivación por el conocimiento histórico que anida en la sociedad y la tendencia a banalizar el razonamiento histórico y, por otra, la exigencia que nos imponemos por dar a conocer nuestra opinión, independientemente de lo poco fundamentada que pueda estar. Estos dos males que vertebran nuestros días hacen que hoy, más que nunca, sea un motivo de celebración que la Universidad intente acercarse a la sociedad a la que pertenece.

Porque todo intento de romper esa burbuja de cristal en la que en ocasiones parecen yacer los avances de las investigaciones siempre supone un motivo de alegría. En efecto, el conocimiento no yace encerrado en el interior de la universidad, y mucho menos bajo candado custodiado por un público especializado que se retroalimenta de espaldas a la sociedad, sino que este siempre se gesta mirándola de frente. Y en este marco, propuestas como las llevadas a cabo por el Instituto de Patrimonio y Humanidades (IPH), en colaboración con el Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social en su ciclo de conferencias de divulgación La Tribuna de la Cultura, suponen todo un intento por acercar las denominadas ciencias sociales y humanas con las que, en realidad, convivimos por mucho que nos empeñemos en permanecer sordos o ciegos ante ellas.

Bajo esta estela de construcción de puentes y diálogo, el motivo de este artículo no es otro que el de compartir la invitación que nos ofrece a la ciudadanía la III edición de la Fiesta de la Historia, organizada por el Grupo de Investigación ARGOS (IUCA-Universidad de Zaragoza). Una fiesta que comienza el 19 de octubre que durará hasta el día 27 de octubre y que, por primera vez, se extiende a las capitales de las tres provincias.

Bajo el lema de este año, El Patrimonio no se rinde, su coordinador, José Manuel González González, vuelve a proponer un programa abierto que, más que mirar cara a cara a nuestra sociedad, nace de la necesidad de dialogar con ella. Se trata de un intento más por abrir las puertas de nuestra Universidad, la de todos y todas, mediante visitas didácticas, itinerarios, talleres, charlas y conferencias, con el fin de acercar esa historia y arte que, hoy como ayer, sigue interpelándonos.

Y es de agradecer este tipo de propuestas porque, en esencia, nos recuerdan la función múltiple que la Universidad cumple más allá de crear y difundir los conocimientos fruto de sus investigaciones, formar a buenos profesionales del presente y futuro y promover el respeto por la verdad y la ciencia, a saber: fomentar un tipo de aptitud que nace de su deber para con la sociedad.

No en vano, el patrimonio histórico artístico y cultural, como nos recuerda el certero lema de este año, no solo es un reflejo de que la historia está viva, sino de que somos parte de ella. Porque, por muy obvio que suene, con demasiada frecuencia olvidamos que el pasado, más que habitar el presente, habita en nosotros.

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