Argentina en un laberinto sin salida

El Periódico de Aragón

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El primer lugar del peronista Sergio Massa en la primera vuelta de las elecciones presidenciales celebradas el domingo en Argentina ha sido una sorpresa. Pero no lleva en absoluto a replantear lo que según las encuestas se podía esperar en la campaña de la segunda vuelta, para la que ya se daba por descontado un cara a cara del actual ministro de Economía con el ultraderechista Javier Milei, con la candidata conservadora Patricia Bullrich descabalgada tras su pobre desempeño. Es decir, una moderación del discurso de Milei y una apelación a la responsabilidad de Massa para atraerse al voto pendiente de reorientación.

La situación de quiebra técnica de las finanzas argentinas, la inflación por encima del 130% y la depreciación del peso no han sido ingredientes suficientes para que el ministro de Economía saliera derrotado. El hecho de que 18,7 millones de argentinos tengan algún tipo de ingreso procedente de las arcas públicas, incluidos 3,8 millones de funcionarios, el aumento de la participación y la decantación por Massa del voto femenino han sido otros tantos factores que han obrado en favor del candidato peronista, frente al temor de que una eventual presidencia de Milei degrade aún más conquistas sociales como la escuela pública y la asistencia sanitaria básica.

Creyó Milei que la movilización del voto joven desencantado y la atracción del voto conservador (aunque con recetas más libertarias, en el sentido estadounidense, que liberales) sería suficiente para salir vencedor. El resultado de las primarias, que ganó, le dio momentáneamente la razón, pero a la hora de la verdad ha quedado más de seis puntos por detrás de Massa, que ha sumado el 36,7% de las papeletas. Lo que sí ha conseguido es la división del voto conservador, que difícilmente confluirá en bloque en su candidatura. Una clase media alarmada teme que sus extravagancias económicas, con la dolarización en primer lugar, acaben en un desastre como el corralito de 2001. El expresidente Mauricio Macri, referencia de esos votantes, y con él las organizaciones empresariales y el mundo financiero, han dado la voz de alerta, y eso perjudica enormemente las expectativas del candidato anarcoliberal.

El anuncio de Massa de que está dispuesto a formar un Gobierno de amplio espectro es un mensaje con dos destinatarios: los votantes de Bullrich, que no se fían de Milei, y el Congreso, donde ningún partido dispondrá de mayoría en ninguna de las dos cámaras, lo que obligará al ganador de la segunda vuelta a una negociación permanente que estará llena de aristas porque el servicio de la deuda exterior y los programas de emergencia para atender a las bolsas de pobreza –40% de la población–, con las arcas del Estado vacías, exigirán concertar posiciones claramente contradictorias. Igualmente arriesgado resulta, con todo, cualquier vaticinio sobre el resultado del próximo 19 de noviembre cuando un candidato tan inconsistentemente extravagante ha sido capaz de atraer de entrada a un 30% del electorado. Una movilización de voto con tan pocos fundamentos racionales solo se explica por la convicción de que no hay solución a la vista. Una impresión que la gestión de Massa de la crisis galopante que vive el país no ayuda, ni mucho menos, a desmentir.

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