HOGUERA DE MANZANAS

Pistoleros

Olga Bernad

Olga Bernad

A muchos Maine nos suena de las novelas de Stephen King. Siempre me llamó la atención que sus terroríficas historias transcurrieran generalmente en su entorno cercano, pues el horror es más cómodo de imaginar lejos que cerca. La semana pasada, Maine saltó a todos los titulares porque un hombre armado cogió su fusil y se cargó a unas veinte personas sin un porqué. La realidad puede superar a la ficción en cualquier parte y aunque estemos anestesiados contra guerras, terroristas y demás calamidades, el odio sin sentido nos abre un interrogante en el corazón que es muy difícil de cerrar.

¿De dónde sale ese impulso de matar a quien no te ha hecho nada, sin ni siquiera tener la excusa del fanatismo o la religión? La respuesta es siempre la locura. Es demasiado terrible pensar en la maldad por la maldad, nuestra sociedad prefiere cualquier tranquilizador diagnóstico. No es extraño que en América estos episodios ocurran con frecuencia. El país se construyó a caballo, pistola en mano, yendo siempre hacia el oeste. La facilidad para comprar armas es señalada por muchos como la razón primera de este problema, pero los defensores argumentan que la única forma eficaz de parar a un hombre malo armado es otro hombre bueno armado.

Es la única manera de que los malos no tengan todas las ventajas. En España, afortunadamente, la posesión de armas pasa muchos filtros y la población no suele poseerlas. Dicen que nuestra sangre caliente produciría tragedias sin fin. Sin embargo, olvidamos que en gran parte de la España rural, donde la cultura de la caza existe desde hace siglos, no es extraño que los vecinos posean escopetas capaces de matar jabalíes. Casi nunca ocurre nada. Si seguimos hablando de Puerto Hurraco es por lo extraño que fue aquel episodio. Quizá, una vez más, somos mejores de lo que pensamos.

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