HOGUERA DE MANZANAS

Nadie al volante

Olga Bernad

Olga Bernad

Desde la semana pasada hasta el próximo 15 de diciembre, los zaragozanos pueden ver cómo recorre la Avenida de San José un autobús de miles de kilos que se aproxima a las marquesinas para recoger viajeros sin que nadie toque el volante. Se trata de un experimento único en Europa del proyecto Digizity. Curiosamente, Zaragoza ha sido elegida en numerosas ocasiones por diversas empresas para probar productos antes de lanzarlos al mercado: desde el chispazo del martini al autoservicio de Mercadona pasando por el ADSLA o la TDT. Expertos en marketing la consideran perfecta por ser una ciudad de tamaño, nivel de renta y dotación comercial adecuada para concluir que lo que no cale en los hábitos de compra o uso de los zaragozanos posiblemente no funcionará en el resto de España.

No sé si es algo bueno o una especie de constatación de mediocridad, pero así es. Sin embargo, desde mi pensamiento metafórico, el autobús sin nadie al volante alcanza la categoría de imponente símbolo visual. ¿Nos fiamos de un mastodonte regido por cuasi mágicos dispositivos? ¿Será más seguro sin un ser humano detrás? De momento, circula a 25 kms/h, pero todo se andará. Quizá, visto lo visto, muchas veces sea mejor que nadie vaya al volante. Una máquina no tiene pasiones, no se pica con el de al lado, no se pone nerviosa, no tiene orgullo ni mala fe, no miente y no se deja engañar. No funciona por simpatía. Tampoco por odio. Es por ello inflexible y, una vez programada, resulta insobornable. Todo muy bien, pero mi alma de boomer da una especie de respingo, siente un resquemor, luego un poquito de miedo y finalmente un déjeme en paz que no quiere acabar de explicar.

Quizá es noviembre y sus fantasmas lo que alteran mi alma poética, pero últimamente todo me parece el empezose del acabose de algo difuso que se llamaba realidad.

Suscríbete para seguir leyendo