Una llave inglesa

Laura Bordonaba

Laura Bordonaba

52 mujeres fallecidas por violencia de género en lo que llevamos de año. La pareja, la familia y el hogar, lugar de afecto e intimidad es también a veces lugar privilegiado para el ejercicio de violencia, que no necesariamente es el efecto de un abuso de poder, no proviene de hombres que poseen el poder, sino que es un medio por el cual procuran poseerlo.

«Yo estoy bien, ¿sabes? Me porto bien y hago todo lo que me pide, casi no hablo por teléfono… Él está tranquilo, ahora ha bajado a la compra. Como me tiene aquí todo el día, no se mosquea, y voy tirando». (Fragmento de conversación de una llamada al teléfono 016).

En el caso, el acusado aprovecha el momento en que su víctima, que es su propia mujer, con la que convive, se encuentra «tumbada en la cama, desprevenida y sin posibilidad de oponer una defensa eficaz de su persona», es por ello que hemos dicho también que estamos en presencia, pues, no solamente de un ataque sorpresivo, sino lo que hemos denominado como «alevosía doméstica» (sentencia dictada por la Sala Segunda del Tribunal Supremo de 4/3/2017).

Mujeres que encuentran la muerte dentro de su casa, asesinadas por utensilios habituales en los hogares, como cuchillos normales de cocina, jamoneros, cebolleros, o tijeras. Armas de fuego como escopetas. Un cenicero, una llave inglesa, un martillo, un palo, piedras. El fuego, las cuerdas o el atropello. Arrojadas al vacío desde una ventana de la vivienda. Es habitual que el número de heridas por arma blanca sea muy alto, o cuando es por arma de fuego que se haya vaciado el cargador, o que el agresor utilice y combine varias formas de agresión, o incluso que la agresión continúe una vez fallecida la víctima, o que el medio empleado sea especialmente cruel y que además se extienda a otros miembros de la familia, como a los hijos menores de la pareja.

N .º 8, SAP Sevilla 17-07-07: ( . . .) Y no puede sino considerarse que busca o aprovecha conscientemente esa indefensión quien dispara un revólver a la cabeza de una víctima desarmada que permanece sentada y desprevenida frente a él, privada de toda posibilidad de ponerse a cubierto por lo rápido, inesperado y mortífero del ataque, que no pudo advertir hasta que ya era demasiado tarde para reaccionar, si es que llegó a ser consciente de lo que sucedía, teniendo en cuenta que sólo pudieron transcurrir milésimas de segundo desde que se produjo el disparo hasta que el proyectil, impulsado a una velocidad próxima a la del sonido, penetró en su cráneo.

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