ALÉGRAME EL DÍA

Las buenas escaleras

Roberto Malo

Roberto Malo

La vida, entre otras cosas, consiste en subir y bajar escaleras. Sin embargo, no todas las escaleras son iguales, como descubrimos ya en la niñez. Las hay que son muy cómodas y da gusto recorrer una y otra vez (las mecánicas por ejemplo me pierden, te suben y te bajan a donde sea y tú sin hacer nada, quieto ahí parado; solamente hay que estar atento al final, no sea que no veas venir la zona lisa y te lleves un buen susto), y también están las que son una tortura y que con probarlas una vez ya has tenido bastante, no te quedan ganas de repetir la experiencia por nada del mundo. De pequeño recuerdo con cariño las escaleras de mi colegio. Cuando jugaba a balonmano, una parte del entrenamiento consistía en subir y bajar escaleras; un ejercicio muy saludable. Nos poníamos unas tobilleras de kilo y medio y subíamos y bajábamos los cinco pisos de escaleras corriendo. En mi cabeza sonaba la banda sonora de Rocky, con ese mítico tema de Bill Conti en bucle, o incluso lo llegaba a tararear, según mi estado de ánimo. Todos lo hemos hecho alguna vez, ¿verdad? Y luego estaban las escaleras de la vieja casa del pueblo, con peldaños mellados y desparejados, y que como te descuidaras un poco te daba el cuerpo un buen torzón. Hay escaleras buenas y malas, como todo en la vida. ¿Cómo diferenciarlas? Existe una fórmula matemática para comprobar si las escaleras son cómodas o no, si están bien o mal construidas. Se denomina «la fórmula de las buenas escaleras». Dice así: la altura del escalón, por dos, más el escalón a lo ancho, nos tiene que dar una cifra comprendida entre sesenta y sesenta y cinco centímetros. Si da una cifra comprendida entre esos números, las escaleras son buenas. Si no, pues son malas. Si pruebas dicha fórmula en las escaleras de tu casa, querido lector, seguramente saldrá como resultado que son buenas. Pongo la mano en el fuego. Que la vida te dé unas buenas escaleras.

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