El mejor escudo social posible

No debería escandalizar tanto que el salario mínimo suba 54 euros al mes cuando los alimentos básicos lo han hecho mucho más

Yolanda Díaz entrega los Premios de la Fundación Luís Tilve

Yolanda Díaz entrega los Premios de la Fundación Luís Tilve / XOÁN REY

David López

David López

Cincuenta y cuatro euros al mes más para el trabajador que cobra el salario mínimo interprofesional (SMI). Eso es lo que esta semana se ha decidido que se incremente, un 5%, y que ha vuelto a poner de uñas a la patronal contra la vicepresidenta Yolanda Díaz en una semana complicada para la líder de Sumar.

Así contrarrestaba ella, arropada por los sindicatos, al sonado revés recibido a manos de Podemos en el Congreso de los Diputados al tumbarle su decreto y dejarla como la gran derrotada de la sesión. Pero su golpe de efecto sirve para reeditar el mismo debate que hubo cuando el Gobierno lo subió de 950 euros a 1.000 y luego a 1.080. Ahora lo pone en 1.134 y se vuelve a anunciar el apocalipsis a manos de las políticas de izquierdas del Ejecutivo, que suma ya la tercera subida sin el acuerdo de las empresas tras las de 2021 y 2022. Pero estamos en el mismo debate de siempre: ¿de verdad pone en peligro al tejido empresarial y el empleo o solo son malos augurios ante lo desconocido y sobre unas consecuencias que luego no son tal?

Cuesta entender que la sociedad se deba escandalizar por esos 54 euros más al mes para trabajadores a los que la cesta de la compra también se les ha disparado

Es complicado moverse todo el rato en el alambre mientras, unos y otros, se empeñan en vestir a la gallega con un aura de bruja mala insaciable que no deja de agitar el avispero del diálogo social. Pero cuesta entender que la sociedad se deba escandalizar por esos 54 euros más al mes para trabajadores a los que la cesta de la compra también se les ha disparado, o el pago de la hipoteca o el alquiler, o la luz o la calefacción...

No tiene sentido que nos tengamos que vanagloriar de cómo la Administración consigna cada año más y más dinero para las llamadas ayudas de urgente necesidad para gente que no puede pagar su alimentación, su casa o sus recibos, y no se apueste más por procurar una nómina digna con la que no haga falta recurrir a los servicios sociales. La eterna diferencia de entender el progreso como una inversión a futuro y justicia social o un mero ejercicio de beneficencia.

No está mal que el Gobierno ofrezca a los ciudadanos un transporte público a mitad de precio, pero lo hace a viajeros que cobren ese SMI, o mucho menos o cinco veces más. Tampoco es mala idea rebajar el IVA para comprar leche, huevos o aceite, también sea cual sea la nómina a final de mes, pero la rebaja al llegar a la caja para pagar es inapreciable porque todo cuesta ya tanto que hemos perdido la noción de cuánto lo ha hecho en solo un año. O en veinte.

Debería escandalizar más que hace cinco años ese SMI en España fuera de solo 735,9 euros

Porque lo que realmente debería ser escandaloso es que hace solo cinco años, en 2018, ese salario mínimo estuviera en solo 735,9 euros, no que haya aumentado en 400 en un lustro; o que España estuviera durante décadas a la cola en Europa, no estar ahora en los puestos de cabeza. O que los alimentos básicos y el coste de la vida en general se haya disparado en los últimos dos años, no esos 54 euros en la nómina de quienes menos cobran. Un salario digno es el mejor escudo social posible.

Pero esta escalada del SMI en los últimos años le hace acercarse peligrosamente al salario medio en España, es ahora más de un 60% de este. Pero, ¿el problema es que suba ese salario mínimo o que el promedio esté tan bajo? Esa es otra cuestión a revisar, cómo se camina a dos velocidades a la hora de ajustar las nóminas al precio de la vida actual en las diferentes empresas. Aunque hay que ser justos e intentar no meter en el mismo saco a las grandes empresas y a las medianas y pequeñas. Porque estas últimas son las que más sufren a la hora de cumplir esta exigencia de la vicepresidenta y, generalmente, no son precisamente las que logran enormes beneficios a final de cada ejercicio. Quizá esa percepción errónea de que todas las plantillas sirven a consejos de administración que luego se reparten dividendos millonarios. La realidad en España no es esa, eso es cierto.

De momento, el pulso a Yolanda Díaz le está saliendo bien: ni el paro se resiente ni se hunden empresas en cascada por el SMI. Más bien al contrario, bajan los desempleados, aumentan las cotizaciones y también el consumo, que no es precisamente algo malo para esas mismas empresas. Se le da bien espantar fantasmas a esta supuesta bruja gallega.