TERCERA PÁGINA

¡Qué plásticos ni plásticos!

Si nos toca plástico en alguna merluza, nada, trago de vino blanco y ‘padentro’

Rafael Campos

Rafael Campos

Con esto de los plásticos va y sale una obispa de la Galicia y dice, muy entonada y puesta, la interfecta: que no son perjudiciales los plásticos hallados, que si nos toca plástico en alguna merluza, o lubina o dorada o pulpo o la que sea cosa de cualquier otro pez de su precioso mar, que nada, que trago de vino blanco y que padentro, que no es malo, y que verdes la han segado si nos ponemos. Y corta la conexión y se vuelve a su obispado a esperar el estipendio siguiente con la satisfacción del deber cumplido y mostrado a toda España; –pa que veas, mamá, hasta donde he llegado–.

Y a todo esto va otro de la misma congregación que la obispa glosada y dice que otro tanto: que si el pez come plástico qué coño pasa pues, o que a ver si es que no nos comemos las tripas de los peces, o qué; que los de interior siempre andamos con pejigueras con los peces del mar, y que a ver si aprendemos de los vascos, que se lo comen todo y así les luce de bien hasta Bilbao, que es un gusto verlo ahora. Conque a ver si nos enteramos, y que por eso en la Galicia no se han dado mayor prisa en llamar a recoger las toneladas de mierda de plástico del carguero polaco con bandera de Liberia y operado por una compañía danesa o algo así.

Que el mar, a ver si lo aprendemos los de dentro, no es como la tierra, y se conoce que en el mar Liberia es una potencia de primera división, aunque ni ella misma sabe lo potente que es en el mar. Liberia tiene en el mar dos o tres royales navys o otras tantas usnavis, lo que es que no lo saben los mismo liberianos, porque con su bandera –dios sabrá los porqués, aunque los suponemos– van navegando mares, viento en popa a toda vela, cientos de barcos cargados con toda clase de mierdas cagadas en los cinco continentes, buscando un sitio descuidado para soltarla y salir por patas, o por velas, echando leches antes de que se enteren los naturales y vecinos del lugar. Y cuando no les da tiempo lo sientan en la mar.

O a ver qué pensamos sobre adónde van a parar nuestros deshechos y los de los alemanes y noruegos, verbigracia, que son el doble de grandes; y los del resto de las hermosas repúblicas europeas, con sus cortes y sus reyes y sus príncipes y sus cosas, todos cagando plástico también, como si fueran Barbies y Kenes. La mierda al fin se junta toda; y lo mismo es la de cacharros inservibles, móviles, teles, lavadoras, frigos, etc., todo viejo y gastado que no desaparece cuando viene el esclavo de noche malpagado y se lo lleva en el camión de la basura, que la que desaparece milagrosamente cuando tiras de la cadena; y allá va esta otra mierda intrínsecamente dicha, con sus acompañamientos de condones más o menos felizmente gastados, compresas, toallas, más toallas –no me tiren toallas en el water, copón–, alguna que otra droga pillada en mal momento y otros tantos etcéteras, que cualquiera sabe lo que anda por las tuberías del alma de las ciudades.

Según Thomas Pynchon, que es un escritor que sólo leemos los guays en secreto, hasta cocodrilos nacen en nuestras autopistas subterráneas, arterias oscuras de nuestras ciudades que olvidamos para seguir comprando reyes y otras gilipolleces en fechas señaladas y el resto del año. Conque nada, si les toca un pedazo de botella de agua mineral natural entre el besugo de la comida del domingo tras misa, trago de vino blanco y padentro, que no es malo. Y que lo mismo a la obispa se le olvidó decirnos que igual gracias al plástico crecemos más con los cuarenta o cincuenta cumplidos y parecemos suecos. Y a esperar que algún emprendedor le dé por ponerle sabores a los plásticos con los que hacemos todo. Y ahí ves a lo críos chupando las cortinas del baño en Ikea, con sabores a lima limón y cocacola.

Y quién sabe si al final del trimestre nos llega la niña con todo dieces y descubren en el informe Pisa que con el plástico ya de sabores, y a pesar de las antenas que les salen en las orejas y de ese tercer ojo que va naciéndoles en la barbilla –pura curiosidad que no altera el análisis de sangre– los nuevos españoles somos al fin más listos. A no ser que también lo sean todos, hasta los indepes catalanes, dios nos coja comulgados, y estemos en lo mismo. Eso sí, con tres ojos y antenas. Menos daba Franco. En Galicia, a todo esto, y con este motivo, ha asomado a la tele otro producto autóctono que va a ganar las elecciones autónomas; una suerte de mezcla de Rajoy y Feijóo –pero un poco más inútil parece, no le neguemos mérito a ninguno. Ha pedido, tarde y mal, la armada invencible para recoger microplásticos–, a ver si le dice algún cuñado que ya no la tenemos, que nos queda una flotilla y que hay que administrarla en otras costas del imperio.

En fin, a ver si el amigo liberal explica qué tiene que hacer la izquierda en estos trances aciagos, que camina entre errores y contradicciones y va de zozobra en zozobra, mientras todo enigma ilumina el saber plexiglás, ese que no es de izquierdas ni de izquierdas. Ni de derechas, dirá usted. Ni de izquierdas ni de derechas. No, no. Ni de derechas, no; que de derechas, sí. Según vayan los días y según vengan las ollas. Ah, ya. Pues eso.

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