Sala de máquinas

Jóvenes demócratas

Juan Bolea

Juan Bolea

El otro día me quedé parado delante del Congreso de los Diputados porque un grupo de jóvenes estaba protagonizando un acto público y reivindicativo.

Uno de ellos, megáfono en mano, pronunciaba un vibrante discurso a favor de la transparencia en la política. Que en España, a su juicio, no existe. Por el contrario, casi todo en la actividad de los partidos sería arbitrariedad, ventajismo, oscuridad... Puertas correderas, chanchullos, enchufes, comisiones... Tampoco, según el speaker, serían propiamente los partidos políticos los representantes de la soberanía nacional, que habrían usurpado para detentarla puertas adentro del Congreso en su propio beneficio, y sin que el pueblo español pinte nada ni decida nunca.

¿Cómo acabar con esta situación?, se preguntó el orador. Tenía respuesta: procediendo a una serie de urgentes reformas. ¿Cuáles? La más importante, la de la ley electoral, estableciendo que se confíe el gobierno al partido más votado, terminando con el actual cambalache de compraventa de votos en el Congreso con moneda pública, según el argumento circular de que España es así y así nuestra democracia.

El público congregado en la calle asentía vigorosamente. Estaban plenamente de acuerdo con el improvisado tribuno y dispuestos a votar las reformas que proponía. ¿Cómo? No lo sabían. El speaker, tampoco.

Feijóo, en cambio, sí parecía saberlo cuando hace unos pocos meses se comprometió a restaurar el sistema electoral de cara a restar a los secesionistas catalanes y vascos parte, al menos, de su desmedida, injusta y nociva influencia. Demasiado pronto, sin embargo, olvidó Feijóo esa promesa para volver al redil parlamentario, al círculo de D’Hont, dando vueltas a la misma noria a la espera de que le toque llenar el barril con el agua bendita del poder.

Y si el PP no quiere cambiar nada, qué decir del PSOE, partido republicano que cimenta la monarquía; partido centralista que consagra la discriminación autonómica; partido de iguales que tolera a las élites.

Me quedé un rato más delante del Congreso escuchando a aquellos jóvenes demócratas, utópicos, que quieren cambiar las cosas con sus papeletas y pasquines, un micrófono y una página web.

Hasta que unos policías, amablemente, les invitaron a despejar la vía pública.

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