Libros

Miguel Miranda

Miguel Miranda

Una de las experiencias inolvidables de mi larga trayectoria académica fue la vivida en la Universidad de Salamanca. Gracias a la amabilidad del bibliotecario y a la voluntad del rector de que los profesores invitados fuéramos bien acogidos, pudimos acceder al interior de la biblioteca histórica, esa que sólo se puede ver desde una pecera acristalada que permite entrar sin entrar creando la ilusión de que estás dentro, pero sin poder moverte a tus anchas por entre las estanterías. A través de un angosto pasillo nos vimos sumergidos en la atmósfera del XIX en medio de emociones similares a las que viví al superar una puerta pequeña y encontrarte de pronto en la Capilla Sixtina. Algo parecido. Por si fuera poco, el bibliotecario nos facilitó el acceso al «sanctasanctórum», la cámara acorazada en la que se guardan los valiosísimos incunables que nos mostró con todo cuidado a la vez que nos decía que la última vez que se abrió fue para ofrecer el mismo privilegio al presidente de un Estado europeo hacía meses. O sea, un lujo, una de esas experiencias realmente inolvidables para los que amamos los libros, compramos libros, regalamos y nos regalan libros, para los que pensamos que el libro es insustituible para conocer, enseñar y hacer avanzar el pensamiento científico, para ofrecer a la humanidad experiencias que sólo la buena literatura puede ofrecer. Cuentan que a Reagan, todo un presidente de EE.UU., cada vez que hacía un viaje a otro país le preparaban un vídeo con la información que necesitaba conocer, (dónde estaba el país, el motivo del viaje, quienes eran sus dirigentes…) porque era incapaz de memorizar la información si se la daban escrita. No sé cómo memorizaría los guiones de aquellas horrorosas películas que hacía. Sí, sí, ya sé que hay gente que no ha leído un libro en su vida y otras que lo consideran un regalo de consolación. Qué pena y qué nivel. Es mejor pensar antes de hablar o mantener la boca cerrada. Ya me entienden ¿verdad?

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