En puridad

Nos creemos tan en posesión de la verdad que vemos la realidad desde el cristal que nos interesa

Joaquín Santos

Joaquín Santos

Se ha montado en Sevilla a cuenta del cartel que anuncia la celebración de su Semana Santa. Se ha montado en Sevilla y en las redes. En el cartel aparece el Resucitado representado por un joven bien parecido, de acuerdo con cánones de la escultura clásica, con los rasgos de la crucifixión casi borrados. Lleno de vida, embellecido. Se ha montado porque algunos creen ver una imagen homosexual y las redes, todos los sabemos, hoy en día arden como si a medio planeta le hubiera dado un ataque de algo.

Se ha montado, quizá un poco menos, pero se ha montado, porque un joven torero ha salido del armario y ha anunciado públicamente que a él le gustan las personas, que le gustan independientemente de su género y orientación sexual. Unos se han escandalizado de que un torero, imagen para ellos de la masculinidad más tradicional, diga que puede sentirse atraído por un hombre; otros se han escandalizado porque según ellos el movimiento es animalista y un torero no puede formar parte del mismo.

Se ha montado mucho menos de lo que esperaba a partir de la noticia que señala que un porcentaje muy importante de varones, y un porcentaje no menor en absoluto de mujeres, ven en los mensajes y actuaciones relacionados con la igualdad un contenido agresivo e injusto, que fomenta un mundo en el que se encuentran desplazados e incómodos. Sorprende aún más que ese porcentaje es mayor entre los jóvenes. Sorprende que, como la noticia tiene ya sus fechas, ya casi no mueve ningún comentario, sorpresa o reacción. Pero lo que me interesa señalar de esta anécdota es que, desde determinada perspectiva bien pensante, no nos interesa darnos por enterados y seguimos como si nada.

Todos estas noticias y sus correspondientes reacciones, tienen en común la presencia de un valor que muchos creen propio de otro tiempo aunque lo practiquen mucho más de lo que son capaces de reconocer: la pureza.

Nos creemos tan en posesión de la verdad, tan puros en nuestras más asentadas convicciones, que vemos la realidad exclusivamente desde el cristal deformante que nos hemos puesto delante de los ojos.

Decidimos lo que es bueno y lo que es malo y quien es bueno y quien es malo, qué o quién es puro o impuro, en función de las deformidades de nuestra percepción. Estamos tan pagados de nosotros mismos que atacamos todo lo que se mueve en una dirección contraria y no vemos aquello que desmiente o cuestiona lo que creemos más apasionadamente.

Los contrarios al cartel de Semana Santa no se dan cuenta de que la imagen es completamente fiel a la tradición y a la esencia de la fe que dicen defender.

Los contrarios a la orientación sexual o la torería de nuestro torero son incapaces de aceptar que el blanco y el negro puros no existen. Que la vida es gris. Y, sobre todo, que no tienen derecho a repartir carnets de torero uno y de miembro del colectivo otros.

El conjunto de los que defendemos que la lucha por la igualdad de todos los ciudadanos es una prioridad diaria haríamos bien en buscar la viga en nuestro ojo y analizar qué estamos haciendo mal para generar tanto rechazo.

En honor a la pureza democrática deberíamos aceptar que nuestra mirada no es la única posible y que, aunque por supuesto podemos y debemos opinar, no tenemos derecho a decidir quién está dentro y quién está fuera en cuestiones como las que estamos comentando. Que la opinión no puede traspasar los límites de lo educado y el respeto, que, sobre todo, la realidad es mucho más plural que los estrechos límites de lo que nos interesa ver asentado e inamovible. Que lo puro, lo puro, en puridad, depende.

*Trabajador social

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