LA RÚBRICA

‘Escúpidos’

Hay amores maduros en la pubertad y locuras apasionadas de nuestros mayores

José Mendi

José Mendi

El enamoramiento se nutre de la pasión y el amor vive del cariño. Podemos querernos hoy, menos que mañana, pero nunca podremos enamorarnos como ayer. La alteración de la seducción tiene más que ver con las hormonas que con las personas. En cambio, la racionalidad del afecto es muy humana y poco instintiva. Con el tiempo, la efusividad típica de la adolescencia deja paso al apego de la convivencia. Hay amores maduros en la pubertad y locuras apasionadas de nuestros mayores. Las vivencias que nos enloquecen son tan sanas como las que nos llenan de ternura. No hay una edad apropiada para cada forma de amarnos y querernos. Lo que resulta imposible es mantener en el tiempo la tensión inicial que sentimos como enamorados. Los rescoldos nunca vuelven a mostrar las llamas de su madera original, pero son los que alimentan el calor de una buena brasa.

¿Nos enamoramos porque nos estimulamos o nos activamos porque estamos enamorados? De todo un poco. La neurobiología del amor ha constatado, científicamente, la implicación de hormonas, feromonas y transmisores en el carrusel de emociones que nos arrastran tras prendarnos de alguien. Sabemos que hay doce áreas del cerebro implicadas en la alteración del embobamiento amoroso. Sólo el hecho de mirar o pensar en alguien por quien sentimos atracción, hace que se dispare la producción de dopamina, un neurotransmisor de efectos similares a las anfetaminas. Una vez que estamos convenientemente drogados, la adicción toma el control de nuestra personalidad. En ese momento, los amantes prisioneros de Cupido se comportan como alelados. Son unos escúpidos. El problema surge si en esta fase de atolondramiento, en pleno subidón, una ruptura provoca un síndrome de abstinencia sentimental. La amargura del desamor lleva a la tristeza, pasamos a la apatía y nos asomamos, entre obsesiones, a una incipiente depresión. Para pasar el duelo de este mono sentimental, los yonquis del amor deben seguir el mismo protocolo que se indica para dejar la heroína: contacto nulo, dentro de lo posible.

Muchas crisis de pareja se generan porque queremos comparar el Big Bang Love del enamoramiento, con la posterior expansión del universo afectivo y el surgimiento de nuevas galaxias de relaciones. Si la queja, o la reflexión, sentencia que ya no sentimos lo mismo que antes, la respuesta correcta es que, precisamente, eso es lo lógico. La otra causa de conflicto más habitual, y complementaria de la anterior, viene de personas que buscan un chute permanente de ebullición hormonal. Necesitan estar colocados de pasión, con picos de intensidad que duran tan poco como su excitación.

El psicólogo John Gottman es uno de los mejores expertos en relaciones de pareja. Ha analizado las características que unen y separan las convivencias que se sustentan en el amor compartido. Desde su peculiar laboratorio romántico ha publicado multitud de estudios para anticipar y prevenir, si procede, las rupturas no deseadas. En sus trabajos describe «los cuatro jinetes del apocalipsis amoroso». Son la crítica, el desprecio, la actitud defensiva y la evasiva. Claro que estos yoqueis del querer son una toxina eficaz para cualquier relación humana u organización. En todo caso nuestro papel profesional, desde la psicología, no consiste en ejercer de servicio técnico para reparar sentimientos. Más bien somos una ayuda para analizar emociones y racionalizarlas, de forma que los contendientes decidan la mejor alternativa para el futuro de sus vidas, sea en solitario o en común.

A la política le sobran amantes y le faltan calmantes. La obsesión por enamorar al electorado engatusa a consumidores compulsivos de la irrealidad. Da igual que la publicidad sea de una moda o de una religión. Nos ponen en la mirada un San Volantín distractor, y entretanto los mandones pilotan el mundo. La derecha conservadora y ultra ejerce machismo social, actuando de forma agresiva contra los que no piensan como ellos. Se comportan como machirulos de los derechos y aplauden a su admirado Milei que, con su liberalismo salvaje, destruye lo público y quiere prohibir el aborto en Argentina. El palermitano exhibe carajo, pero gobierna con carajillo. Es el Marlon Brando de camiseta sudorosa, con el que sueñan en convertirse Feijóo y Abascal mientras viajan juntos en Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951). En los asientos que comparten, tan paralelos como las vías sobre las que circulan, hablan de la democracia con un desdén que no deja lugar a dudas: la sometí porque era mía.

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