‘Instacuerdos’

En un mundo tecnológico registramos muchos acontecimientos, pero cada vez los guardamos menos

José Mendi

José Mendi

Un instante sólo se convierte en experiencia si somos capaces de revivirlo. Desde que amanecemos, estamos rodeados de estímulos que nos activan. Incluso durmiendo, tenemos sueños, pero soñamos poco. El objetivo de la memoria no es grabar contenidos, sino consolidarlos para el recuerdo. De esa reconstrucción de vivencias surge la identidad de nuestra personalidad. No es casualidad que acusemos a nuestra mala cabeza de un despiste que afecta sólo a determinadas zonas cerebrales. Como decía el aristócrata francés Francisco de La Rochefoucauld: «Todo el mundo se queja de su memoria, pero nadie de su inteligencia». Vemos que, paradójicamente, junto a tanto avance científico, perdemos capacidad de recuerdo con respecto a generaciones pasadas.

La investigadora Linda Henkel es catedrática de psicología en la Universidad de Fairfield en los Estados Unidos de Norteamérica. Estos últimos años ha analizado la influencia que tiene el hecho de ver y tomar imágenes, sobre la capacidad de recuerdos posteriores con respecto a las mismas. Ideó un experimento con un grupo de personas que fotografiaba o grababa obras de una exposición. Otro grupo, de idéntica capacidad intelectual y mnemotécnica, observaba durante un tiempo equivalente las mismas imágenes. Sus conclusiones fueron demoledoras, el grupo que estuvo retratando con sus artilugios tuvo recuerdos mucho más vagos e imprecisos que quienes sólo utilizaron su mirada. Nacimos con neuronas de memoria ROM y ahora sólo empleamos capacidad de RAM.

En un mundo repleto de móviles y redes sociales registramos muchos acontecimientos, pero cada vez los guardamos menos. El «virtualismo» es lo más alejado del virtuosismo. Hemos cedido la habilidad de conservar datos en detrimento de una capacidad cada vez más voraz de captación. Si los protagonistas de la comunicación son los emisores y los receptores, nos hemos convertido en escuálidos transmisores que distribuyen, pero no cooperan. No es lo mismo esparcir semillas que compartir la cosecha. Hasta el medio, que era el mensaje según McLuhan, cobra más importancia que nuestra mera función de recaderos. Somos unos riders de la información que nos desenvolvemos como falsos autónomos de sus contenidos.

Nuestro sistema nervioso necesita gimnasia, al igual que el cuerpo requiere ejercicio físico, para mantenerse en forma. Si delegamos la información a una lista de Google, el cerebro será un vago cognitivo que dejará de utilizar recursos para acceder y recuperar vivencias y conocimientos. Los recuerdos del tiempo se transforman en instantes del espacio. Son instacuerdos. A partir de ahí, una inteligencia artificial convertiría nuestra memoria en ficticia, forjando una personalidad de celofán. Así, los falsos recuerdos se adueñan de la certeza de la memoria. Lo que sirve tanto para relatar unas vacaciones de fantasía como para llevar a la cárcel a un inocente. En el primer caso, siempre hablo del experimento en el que un tercio de las personas que habían visitado Disney afirmaron, sin dudar, que saludaron a Bugs Bunny. Lástima que el famoso conejo de las zanahorias sea de Warner, su competencia. Vamos, que ese recuerdo era más mentiroso que la sonrisa de Ayuso, tras manifestar que los mayores que fallecieron en las residencias de Madrid se iban a morir de todos modos y no necesitaban ni ayuda ni paliativos que consolaran su agonía.

Construir falsas verdades es la mayor mentira. Tergiversar la historia para adaptarla a una ideología es una manipulación de facinerosos. Feijóo ha esculpido una chapuza de recuerdo en cartón piedra para su decorado contra la amnistía. Ante el temor de que se vayan conociendo sus intenciones y negociaciones con Puigdemont, ha decidido esconder la pezuña tras meter la pata. En Génova andan mosqueados y llaman al gallego, «el divorciado», porque será un «Casado II». Con lo que le costó olvidar su foto con el narco Dorado, van los suyos y le preparan un retiro de ese tono.

En Aragón, PP y Vox borran la historia. Los ultra siameses azconolascos, que gobiernan la comunidad, han lobotomizado con apoyo del PAR la memoria democrática. Se olvidan que la memoria colectiva tiene personalidad propia y es inmune a las amputaciones de las derechas. Seguro que Salvador Allende y Labordeta, en nombre de los que aún siguen sin nombre, les dirían algo así: que sepan que más pronto que tarde, se volverán a abrir las alamedas de los recuerdos y, al levantar la vista, veremos de nuevo una tierra de memoria que ponga libertad.

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