Opinión | Sala de máquinas

Por supuesto, sin Presupuestos

Estamos en marzo, y sin Presupuestos generales del Estado. Pronto estaremos en abril. Todo indica que lo haremos sin haber aprobado los Presupuestos generales del Estado. Después llegará mayo, mes en el que, tal vez, haya alguna posibilidad de que comiencen a debatirse en el Congreso de los Diputados los Presupuestos generales del Estado. Pero, aun pasando éstos el filtro de la Cámara Baja, faltaría todavía su aprobación por parte del Senado, esa Cámara Alta donde la oposición tiene mayoría, por lo que no sería previsible que se aprobasen antes del verano. De hecho, no sería en absoluto descartable que regresaran una vez pasado el mes de agosto de vuelta al Congreso, en septiembre, para –¡ojalá!– su aprobación definitiva en octubre. En tal caso, ¿podrían ejecutarse en los tres meses que quedarían entonces de 2024? Milagro sería, ¿verdad?

En una situación corriente, en una legislatura normal, nada de esto ocurriría. Los Presupuestos, como ordena su propia legislación, deberían estar aprobados en el mes de enero del año entrante, a fin de ejecutarlos en su plazo normal de doce meses. De su ejecución, trascendental para la economía española, depende buena parte de la actividad ministerial y, por extensión, del correcto funcionamiento de las empresas privadas. Decenas de miles de firmas, grandes y pequeñas, se nutren de contrataciones públicas que, de no estar previamente acordadas, y sus partidas debidamente asignadas, simplemente no se pueden aplicar, se retrasan, o se pierden, con lo que todos esos proyectos, inversiones, pagos, etcétera, quedan congelados, o anulados, a la espera de que sus señorías del Congreso tengan a bien ponerse de acuerdo con los números de las cuentas oficiales y echen a andar el tren de nuestra economía.

La consecuencia de esta inercia, incapacidad o bloqueo de los Presupuestos generales del Estado es tan grave, tan dramática, tan incalculable que, paradójicamente, pasa desapercibida. Mientras la opinión pública queda absorbida, absorta y estupefacta, por Koldo o sus chorizos o por Puigdemont y sus multifarras, el tema mollar de los dineros públicos –siendo tan relevante como es–, no merece un titular.

¡Ay, esta España nuestra de charanga y pandereta y cestillo de monedas...!

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