Opinión | SEDIMENTOS

Javier Fernández

En Daroca, en junio de 2003, nació la Asociación Aragonesa de Escritores; Javier Fernández, miembro destacado fundacional y a lo largo de toda su trayectoria muy ligado a la Junta directiva, ocupó su presidencia desde 2016 hasta hace unos días. Deja el cargo a tiempo de ver cumplido un viejo sueño: la unión de asociaciones españolas de escritores, plasmada en una Conferencia de la que forman parte la práctica totalidad de entidades existentes, al menos las de mayor relevancia. Javier, junto a Manuel Rico, presidente de la Asociación Colegial de Escritores de España, ha sido un gran impulsor de esta Conferencia, la cual emprendía recientemente su andadura en Soria.

Es Javier persona muy trabajadora, afable, sencilla y entregada, siempre dispuesta a brindar su apoyo –personalmente, he tenido el honor de que haya presentado dos de mis obras: mi última novela, Letras ocultas y Noche de Azahar–. En su adiós, justificado por la querencia de un merecido descanso, lega una AAE con excelente salud y un sentimiento de profunda gratitud hacia su labor por parte de los asociados.

Y, por supuesto, Javier es también escritor, autor de numerosos ensayos y novelas de carácter histórico, cuya temática general ha rondado fundamentalmente en torno al orbe militar y político, decantándose paulatinamente por la obra de ficción, como un método para describir la reciente historia de España con un detalle y una perspectiva que el ensayo, condicionado por un rigor exhaustivo, está muy lejos de alcanzar. Es también el caso de su obra más reciente, Mi abuelo, la cual vio la luz hace poco más de un año. Pero esta novela, al margen de profundizar una vez más en la argumentación habitual, exhibe como nota distintiva una sensibilidad muy especial, propia de quien ha tenido la fortuna de experimentar toda la inmensa felicidad de ser abuelo.

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