Opinión | virando a babor

Maldita ignorancia

Han puesto una multa millonaria al curandero que promovía un tipo de lejía para curar el autismo. Lo sorprendente es el número de incautos dispuestos a pagar por el remedio. No es exactamente un curandero, es un charlatán manipulador de ignorantes. A Pablo Motos le ha caído la del pulpo por promocionar una cama que no sé qué maravillas hace. No me he querido ni enterar porque le tengo poco afecto a lo que hace y dice. No es sino un tremendo ignorante. Todos aquellos que desde el desconocimiento, la ignorancia supina o el fanatismo político pusieron palos en las ruedas a las medidas técnicas, científicas, acordadas por los especialistas y que acababan en el BOE para parar la pandemia y que se mostraron correctas, apropiadas y proporcionadas, desaparecieron de las primeras páginas, pero dejaron evidente su pobreza intelectual. En este país hay toda una tipología de cuñaos, paranoides latentes, predispuestos a las teorías conspirativas, iletrados que no han leído un solo libro en su vida que pontifican sobre temas que lo ignoran todo. Hay imprudentes que discuten, a veces llegando a la violencia, el diagnóstico o el tratamiento médico. Tantos años de esfuerzo y formación para que un absoluto ignorante te plante cara. Y en el ámbito de las Ciencias Sociales ya no digo nada. En este campo los autodidactas presumen de su ignorancia y la imponen (véase su dificultad para entender un concepto como el de la violencia de género), y los hay hasta en las aulas universitarias en las que alguno intenta enseñar una disciplina de la que lo ignora todo. Y los alumnos aguantando. Los mismos ignorantes pueblan las tertulias en los medios exhibiendo su falta de prudencia y su desconocimiento. Y ya no digo en las redes donde el anonimato facilita hasta el insulto cobarde. No hay que ir muy lejos para comprobarlo. Mire aquí debajo, en la versión digital, y comprobará el fenómeno.

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