Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Los tiranos felices

Durante la visita del presidente español a Arabia saudí resultó imposible ver las imágenes de Pedro Sánchez con Bin Salmán sin pensar en Khashoggi, el periodista asesinado y desmembrado por los servicios secretos saudíes, debido a sus denuncias contra tan sanguinaria y medieval monarquía.

Asimismo tarea inútil sería tratar de obviar en Putin su larga lista de adversarios ejecutados, encarcelados, exiliados, siendo su víctima más reciente y brutal Alexander Navalny, torturado y liquidado en uno de sus penales.

Pero es que viajar hasta América, a Nicaragua, por ejemplo, para encontrarnos con la pareja presidencial, Ortega y señora, cuyas aberraciones desde el poder repugnan a la razón democrática, supone asimismo retroceder al oscuro tiempo de los tiranos.

Otro que tal es el venezolano Nicolás Maduro, vergüenza de la comunidad internacional por la degradación a que ha sometido al sistema representativo de su país para depravadamente representarse a sí mismo, y a ser posible durante lo que le quede de vida. Sus vecinos cubanos no tienen mejor suerte con Díaz Canel, otro sátrapa disfrazado de líder social. Hace décadas que Cuba no tiene ni para comer, sus ciudadanos ni siquiera pueden reunirse, no se les permite expresarse ni votar con libertad.

Volviendo a las inmediaciones del Kremlin nos encontramos en Bielorrusia con Lukashenko, aventajado discípulo de Putin, bestia antidemocrática, igualmente maestro en la represión política y la supresión de derechos elementales.

Hacia el este tropezaremos con el chino Xi Jinping, señor de 1.400 millones de seres a los que va convirtiendo en mano de obra, soldados o servidores de un régimen sin libertad que no aspira a perpetuarse porque ya se ha perpetuado.

Y más hacia oriente todavía nos encontraríamos con el coreano Kim Jong-un, cuya locura bélica sólo tiene parangón con su defensa de una represora estirpe.

La última incorporación a este club de caudillos sería el argentino Milei, no menos perturbado que los antes citados.

Dándose, para mayor gravedad, la circunstancia de que la mayoría de ellos tiene en común la rara capacidad para aferrarse al poder durante períodos cada vez más largos. Con esa fórmula, haciendo desgraciados a sus pueblos, estos miserables han descubierto la felicidad.

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