Opinión | el artículo del día

Vamos a morir

En tiempos tan extremos como los actuales es necesario pensar de un modo igualmente contundente. Por ejemplo, si la economía va camino de convertir el planeta en un vertedero y la política europea nos prepara para la guerra, solo podemos salvarnos mirando de frente a la muerte, algo que la modernidad nos ha hurtado. En efecto, invertir y ahorrar en el ámbito económico o vender promesas en el mercado político son estrategias que sacrifican el presente en aras de un futuro mejor. Y como no hay más futuro que la muerte, la máxima que realmente inspira tanto a la economía como a la política no es sino «mañana, cadáveres, gozaréis».

Apropiarse de la muerte implica dejar de lado los futuros y aceptar que «voy a morir». Esta asunción difiere radicalmente de la amenaza «te puedo matar», mensaje último de cualquier clase de poder. Aunque en ambos casos la vida es puesta en cuestión, se hace de dos modos muy distintos. En el primero solo se trata de recordar la condición mortal a la que estamos arrojados. En el segundo, en cambio, ese reconocimiento es impuesto a través de la administración de amenazas, como los castigos que contempla cualquier corpus legal para los enemigos internos o la declaración de guerra para los externos.

Aceptar la muerte libera al sujeto desde abajo, tanto de sus miedos como de los que meticulosamente le administran desde arriba o le llegan desde otro Estado, y lo vuelve soberano. Cualquiera puede exhibir esa soberanía quitándose la vida y desarmando así a quien pretendía dominarle. Este acto no busca matar al otro para liberarse de su amenaza, lo cual no haría sino dar alas al miedo. Al contrario, el suicidio, además de ser un mensaje para los supervivientes acerca de lo indigna que se ha vuelto la vida cotidiana, es también un acto de soberanía que desnuda al poder y revela su impotencia, pues tanto sus amenazas de muerte como la estrategia de diferir el goce presente a un futuro mejor dejan de funcionar.

¿Qué es la muerte? Pues un umbral o paso que lleva al océano misterioso e indeterminado sobre el que todo navega. De esa indeterminación emergen las cosas a través del nacimiento y a ella retornan con la muerte. Por lo tanto, la muerte, independiente de cómo suceda, hace volver a la casa natal, pues todo nace para morir. Esa es la razón de que ejerza una poderosa atracción sobre todo lo existente. Sin embargo, ese instinto de regreso a la nada es resistido por una voluntad de vivir que desafía su propia insignificancia. Esa fortaleza heroica, casi insolente, de la vida es precisamente lo que hoy debemos rescatar. Así podremos enfrentarnos a un orden instituido que, a base de amenazas de muerte y venta de futuros, ha domesticado la vida hasta convertirla en un trapo.

En definitiva, esa antítesis absoluta de la vida que es la muerte también funciona como solución. El orden instituido lo sabe y por eso pone tanto empeño en administrarla. Unas veces bajo las máscaras de distintos futuros. Otras con constantes amenazas o miedos y exigencias de sacrificio. El problema es que la vida resultante es sumamente pobre y falsa. Por eso, a las potencias colectivas instituyentes no les queda otra que reapropiarse de la muerte que se les ha escamoteado, caminar de su mano y devolver así a la vida su fuerza original. Por eso decían los antiguos que la sabiduría consiste en prepararse para morir. Hacerlo de un modo consciente es distinto de realizarlo inconscientemente y por desesperación, como ocurre con los suicidas. No obstante, la muerte es la misma y el impacto sobre los órdenes basados en miedos o promesas es también idéntico.

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