EL TRIÁNGULO

Tambores de guerra

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

Suenan tambores de guerra que se escuchan nítidamente. Son algo así como el canto de un pájaro en la madrugada de una noche que acaba de terminar entre sueños vulgares y largos tragos de tequila, porque si bien ese canto debiera ser dulce, en ese instante de no saber con qué pie pisas el bordillo de la cama suena estridente y defectuoso. Los tambores de guerra tienen colores y matices y tienen mucho que ver con las heridas que cada cual lleva sobre su pecho o su espalda y también con el dolor con el que cierras lo ojos y la resaca con la que los abres ante los números que son el díscolo resultado de la suma de todas las imprudencias. Cada noche electoral tiene todos esos matices, porque los tambores de guerra suenan de manera desigual para unos y para otros y el canto de un pájaro en la madrugada puede llegar a sentirse vulgar, estridente y amenazador. Recuerdo un artículo que escribió mi padre, José Antonio Labordeta, en este mismo medio de comunicación tras unas elecciones generales en las que Chunta Aragonesista perdió la representación en el Congreso y era un artículo de un hombre herido que no entendía la razón por la que su trabajo, tanto trabajo, era penalizado y CHA se quedaba sin representación en Madrid. Sus palabras eran duras, casi dramáticas diría, pero lo que quizá él tampoco supo entender en aquel momento es que el votante quería a Labordeta y él no encabezaba esa lista. Y así todo se fue largamente deslizando hasta el resultado final.

Digo que mi padre escribió ese artículo y en él había dolor y heridas y creo que ambas cosas tan humanas y necesarias para hacernos mejores personas; sin embargo, no son buenas consejeras en la política, donde casi todo se escribe con letras de buitres al acecho del más débil, que en ocasiones es el mejor. No sé toda esta fiesta de campaña tras campaña con vasos de sangría veraniega de por medio cómo le saldrá al presidente Pedro Sánchez, pero sus primeras palabras, tras convocar las elecciones de julio, eran las de un hombre herido que no entendía por qué sus políticas sociales, de justicia, de igualdad y de indudable crecimiento económico habían sido penalizadas con tanto descaro y despropósito. Habrá que moderar el dolor y buscar puentes cuando todo anda medio destruido ante los gritos altivos de la extrema derecha, porque este país tiene una deuda consigo mismo que se la robó un levantamiento militar y una posterior dictadura que trajo hambre, odio, sequía, desilusión e hizo estéril al pensamiento y a la libertad.

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