EL TRIÁNGULO

Las noches en Casa Emilio

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

Las noches en Casa Emilio no son una leyenda, porque en las leyendas no caben tantas risas y tanto amor. Tantas cervezas y tanto ingenio. Las noches en Casa Emilio son como cada uno de nosotros las ha vivido y como cada una de nosotras las recordamos o como casi ya no las recordamos cuando los recuerdos hacen daño por las ausencias y porque inevitablemente sabemos que esos momento no volverán jamás y seguramente es mejor así. Hay noches y noches y las de Casa Emilio eran únicas, obscenamente divertidas y encadenadas entre sí con una lógica que era disparatadamente ilógica y necesariamente hermosa y que solo aquel comedor sabía guarecer y proteger y lo que allí pasaba solo pasaba allí cuando nos sentíamos ídolos caídos del cielo o rescatados del mismo infierno.

La noches en Casa Emilio tenían muchos nombres, pero había uno que era especial, el de Emilio Lacambra, ese hombre bueno, amable, afable, amigo de sus amigos, siempre comunista en lo social y quizá la mejor persona que he conocido. De Emilio recuerdo muchas cosas, aunque hoy los recuerdos hacen daño, y recuerdo tantas cosas porque desde niña he ido a Casa Emilio, entonces no a cenar, sino a comer, porque si a mi padre algo le gustaba era comer allí ternasco y ensaladas, espárragos con jamón y hablar con Emilio de las cosas que por entonces andaban disponiéndose para avanzar en democracia.

Emilio tenía ojos que soñaban y palabras que siempre traían una esperanza y a mí me gustaba cuando nos recibía en esas noches en la que todavía pensaba que las cosas eran posibles, ahora simplemente son asumibles, y disfrutaba porque nosotros, unos cuantos locos como él, gritábamos y cantábamos y nos sentíamos confortablemente libres en ese comedor radicalmente diferente a cualquier otro comedor y al que también llegaron malas noticias salvadas con un abrazo y una copa de cava aragonés.

Zaragoza le debe mucho a Emilio, le debe su sabiduría y su bondad, su nobleza y su forma única de ser, porque su casa era una casa para todos y aunque todos no éramos iguales, para él sí. Hay cosas de Emilio que siempre guardaré en mi memoria y que me emocionan cuando escribo estas palabras. Sus últimas llamadas, quizá, sus palabras cuando recordaba y sus ojos se volvían agua o su forma de saber que la complicidad guarda en el silencio la grandeza de una bella historia. Él sabía mucho de eso. Sabía de la vida tanto que por eso la estrujó y la convirtió en el mejor brindis entre amigos. Ya te echamos de menos.

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