EL TRIÁNGULO

Leonor: come, bebe y sal

Carolina González

Carolina González

Es jueves, un día típicamente de salida nocturna estudiantil. Cualquiera que tenga contacto con adolescentes sabe por qué zonas de la ciudad salen y qué bares son los más concurridos. A los 18 años prácticamente todos, estudien o trabajen, tienen en mente pasar un buen rato con los amigos. Cenar en alguna hamburguesería, que las hay en abundancia cada vez más en Zaragoza, y tomar algo. Si el frío lo permite, además, se pueden entretener en la calle charlando con otros jóvenes y ampliar el grupo en número, risas y bailes.

A nadie le sorprenden estos hábitos de quienes no llegan a los 20 años. Es lo normal un jueves, un viernes y un sábado. Sin embargo, la princesa Leonor parece que no puede o no debe hacerlo. La vimos celebrar su reciente mayoría de edad junto a los padres de la Constitución, políticos, juristas, militares... gente adulta, en definitiva, que poco tienen que ver con la alegría de una celebración que te catapulta hacia libertades hasta ahora vetadas por la edad y la legalidad. Lo normal para cualquier otra joven habría sido una cena con amigas y una salida nocturna con alguna cerveza de por medio, dos como mucho. Es cierto que la futura reina de España no es una persona cualquiera, tenga la edad que tenga, pero es humana. Su título no, ella sí, y su pueblo, además, generoso y comprensivo.

Viendo sus antecedentes familiares, especialmente primos, tíos y abuelos, deberíamos pensar que su papel hasta ahora ha sido impecable. El deber y la responsabilidad que ha demostrado superan ya con creces al de otros parientes en menos años de trayectoria. La presión de una corona, una sociedad cada vez más partidaria de un referéndum sobre la monarquía y una supuesta corrupción familiar económica para con el Estado deberían permitirle una tregua en otras facetas. La profesional la tiene más que encaminada formándose en la Academia General Militar; en la privada podríamos darle una oportunidad. Merecería disponer de un recoveco vital en el que desestresarse, desahogarse o llorar, incluso, sin sentirse observada, escuchada o grabada. No hay que presuponer que se comportará como el emérito.

Los segundos que dura el vídeo que alguien le grabó con el teléfono móvil en un bar del Casco bailando con un top blanco y unas gafas de sol dan una idea de cómo necesita disfrazarse para pasar desapercibida. Ser lo más normal posible es su máxima, la opuesta a la de cualquiera de su edad. Al contrario de quien lo hace bien, merece ser ignorada. Si nos la cruzamos por el Tubo o cenando en alguna tasca. No se trata de monarquía o república, ese debate es otro.

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