Juan Ignacio Martínez ha hecho muchas cosas muy difíciles y en muy poco tiempo en el Real Zaragoza. No es nada sencillo darle la vuelta a un equipo como si fuera un simple calcetín cuando lo que heredas es lo que él heredó: un grupo de futbolistas con la confianza extraviada, hundidos en las profundidades de la clasificación, sin juego ni resultados y con una dinámica perdedora terrible, con la importancia que este factor tiene en el deporte profesional. No era nada fácil, pero JIM lo ha conseguido.

Si el Real Zaragoza supera este lunes al Alcorcón, tomará una renta de cinco puntos sobre la zona de descenso. El técnico recibió el equipo cuatro por debajo de la línea del miedo. El triunfo supondría un más nueve en un tiempo récord. Una resurrección en toda regla gracias a una mejoría global, en todos los órdenes, colectivo e individual, pero fraguada principalmente a partir de un gran trabajo anímico, de viejo zorro, de puertas adentro del vestuario. JIM ha sabido tocar la tecla con la que no acertaron ni Rubén Baraja ni Iván Martínez. La plantilla cree en él, ha entendido su mensaje y lo ha interiorizado. Los mismos jugadores que antes perdían jornada tras jornada ahora son capaces de ganar.

Esa ha sido la palanca que ha activado el cambio. La psicológica. Luego, por extensión, ha llegado la otra. La futbolística. El Zaragoza juega mejor, es mucho más sólido y compacto defensivamente, ha encontrado un once estable, recibe menos goles, hace más y en casa ha alcanzado un nivel notable que le ha permitido ganar todos los partidos en esta nueva etapa. Sigue estando en una situación compleja, pero ahora sus perspectivas son otras. Gracias a JIM.