Guerra en Ucrania
"Teníamos muchísimas ganas de abrazarnos"
Varias familias relatan los vínculos que mantienen con los ucranianos que acogen, aunque lamentan que "siempre queda familia que no puede venir"
Violeta Peraita
Dice Katia, una mujer ucraniana de 22 años recién llegada a València después de viajar en el autobús organizado por la ONG Juntos por la Vida junto a su hijo Iván, de tan solo dos años que no sabe nada de su marido ni su abuelo. "Han destruido mi casa, no tenemos nada". Lo dice en un valenciano perfecto a las varias cámaras de televisión que se han reunido en la Facultat de Medicina de la Universitat de València (UV). Ella, acaba de llegar en el primer convoy que salió hace tres días dirección València junto con el pequeño. Hoy cumple dos. "Es el mejor regalo que vengan".
Junto a ella están Josep, José Antonio y Merche, la familia que la ha acogido durante muchos veranos. Esa niña, Katia, hoy ya es una adulta. Es su hija de Ucrania. Los tres condujeron desde Nules, su pueblo, esta madrugada para reencontrarse con Katia e Ivan. "Hemos sufrido mucho estos días, ha sido muy duro todo lo que han vivido hasta llegar a la frontera y para poder salir". "Teníamos muchísimas ganas de verles, abrazarles y descansar, que es lo que merecen".
Mientras llega el bus, Levante-EMV habla con Igor. Su mujer es ucraniana pero viven en Euskadi, de donde él es. Ha conducido seis horas para recoger a la mejor amiga de su mujer y a sus dos hijas. Ahora, tras el reencuentro, emprenden de nuevo el viaje al norte, donde, por fin, podrán descansar y recuperar fuerzas. "Esta situación es de mucha tensión, da pena, tristeza, la verdad que se me cae el alma a los pies", dice. A pesar de que acogerá a su amiga y las niñas de siete y once años, no olvida a todas las personas que continúan en Ucrania. "Siempre queda familia que no ha podido salir", dice.
María, Saulo, Mamen y el pequeño Cristian (de ocho años) esperan con muchas ganas a Artur. Es un niño de 12 años que lleva desde los seis pasando veranos y navidad con la familia en su casa de Torres Torres. Esta madrugada, Artur ha bajado del autobús y lo primero que ha oído ha sido a su hermano gritar: "¡Artur!".
Ha venido con sus hermanos, una tía un primo, según explica su madre valenciana, María. "¿Artur ya te quedas para siempre?" preguntaba Cristian nada más verlo. "¡Cuando lleguemos a casa vamos a jugar!", repetía. La familia se volvía a encontrar y la emoción era palpable.
"La gente salva a la gente"
Unos metros más allá aguarda María José, de Benifaió. Tiene una hija ucraniana, Anastasia, que no ha podido salir de Ucrania. Y solo de recordarlo sus ojos se llenan de lágrimas. Pero hoy viene a recoger a la tía de Anastasia, a sus dos hijos y a su tía abuela. Son de Irpín, una zona recientemente atacada. "Me muero por abrazarles". "Ha sido un infierno, mi hija estaba desesperada, necesitaba sacar a su familia", relata María José. En casa son tres y ahora serán cuatro más. "Hemos tirado hacia delante, es un esfuerzo grande pero la situación es tan dramática que no te lo piensas, hay que ayudar y estas cosas nos demuestran que la gente que cambia el mundo es la de a pie. La gente salva a la gente", concluye.
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