Capítulo VII | Una instalación clandestina de Donbás

Visitamos las posiciones de las Fuerzas Especiales de Donbás, atacadas por misiles rusos horas antes. Según su comandante, pudo deberse a un chivatazo de aquellos que llaman “saboteadores”

Las alarmas antiaéreas suenan con fiereza en esta área. Hay pueblos que exhiben ojivas y carros blindados en plena calle, tras ser incautados a las tropas rusas

Capítulo VII. Una instalación de Donbás

Lara Escudero

Un nuevo lugar. Otra noche de hotel. Mismas alarmas que tensionan los músculos y el alma. Pero estamos cansados y los sueños se funden con los acordes de los antimisiles. Es una partitura difícil de leer, pero estamos en un país en guerra. El frío del habitáculo interfiere en la aventura onírica. Por la mañana nada es demasiado diferente. Suena una nueva alerta.

El radiador se convierte en el mejor aliado. Rueda de un lado a otro. Y me espera a los pies de la ducha para abrigarme con su calor. Al salir, un temblor recorre el cuerpo. No es solo el frío. Han retumbado los cimientos del edificio. Un par de calles más allá, un misil ha caído sobre un bloque de edificios. Nos vestimos rápido.

Volvemos al coche, que ya es hogar. Sumamos kilómetros. Imbricamos conocimientos. Historias del aquí y del allá. Mensajes en código militar. “Debes comprender cosas”, dice Andrei, “como un por si acaso”.

Instalación clandestina saboteada con misiles.

Instalación clandestina bombardeada / Lara Escudero

Compartimos también nuevas lenguas. Andrei me enseña conceptos sueltos en ucraniano. Yo a él en castellano. Su acento es gracioso, pero no lo hace mal. Yo trato de entrenar dicción durante horas, hasta que me apaño para pronunciar 'palianytsia', una palabra importante en Ucrania, y, más, en la guerra.

Compartimos energía. Andrei osa extraer una de esas mandarinas gigantes de la caja que vamos a entregar a otro grupo de militares y yo divido los gajos. Para él. Para mí. Nos cuidamos. Hablamos, mucho, de la resiliencia ucraniana, que él mismo practica con orgullo. Casi nunca callamos. Salvo contadas veces.

Sonidos de guerra, algo cotidiano

En esta área, las alarmas rugen con fiereza. Por largo rato. Parece increíble, pero la gente llega a mimetizarse con ellas. “Necesitamos hacer vida normal. Son demasiados meses ya”, confiesa Andrei. Pero mis todavía inadaptados ojos siguen perplejos al ver a una chiquilla que pedalea, serena, su bici bajo el sonido de las antimisiles.

Por aquí, abundan ya leyendas heroicas de aquellos que defendieron sus pueblos con valentía. Desde los tejados. Desde las aceras. Vecinos que hicieron lo posible por evitar la entrada de las tropas rusas. Jóvenes. Ancianos. Exhiben con arrojo carros y misiles, ahora incautados, en santuarios improvisados en plena calle. Ojivas y blindados que un día llegaron para arrasarlo todo. Pero fueron destruidos.

Ojivas incautadas a los rusos, expuestas en santuarios en plena calle.

Blindados expuestos en santuarios en plena calle. / Lara Escudero

Seguimos nuestro camino, mientras Andrei me habla sobre las Terikon. Montañas “hechas por humanos” y sobre las bellas tierras negras. Al llegar a destino, nos espera Victor. Pero nos encontramos con algo inesperado. La instalación, hasta entonces clandestina, había sido atacada por misiles unas horas antes. Una imagen árida. Desoladora. Hierro y roca humeante. El olor a proyectil y a gasolina rasga por dentro todavía. También el dolor de este batallón. Son las Fuerzas Especiales de Donbás y han perdido a dos compañeros. Misha y Olesander. Uno de ellos, durante esta grabación, todavía permanece bajo los escombros.

Nos atiende su comandante, Victor. Nos cuenta, aún afligido, que posiblemente este ataque se debiera a un chivatazo de los que llaman saboteadores. Simpatizantes rusos que desvelan posiciones de las tropas ucranianas. Unas veces por afinidad. Otras por un puñado de grivnas. Andrei traduce las palabras de Victor: “Seguramente un dron de vigilancia avistó el asentamiento”, cuenta. El ataque reventó toda la munición.

Un militar ucraniano reconoce la instalación bombardeada.

Un militar ucraniano reconoce la instalación bombardeada. / Lara Escudero

Andrei le da un abrazo, como consuelo, y le recuerda que él y su organización estarán “siempre para ayudaros”. Procedemos a la entrega, con cuidado. Todo el terreno está minado. Traemos binoculares. Ropa táctica. Un trípode. Barritas energéticas, tan solicitadas entre soldados. Victor y su grupo aplauden la labor de voluntarios como Andrei y Anita. “Vosotros también sois héroes de Ucrania”, dicen emocionados.  

Dos colores sostienen el espíritu de Ucrania

Como ofrenda y gratitud, entregan a David un diploma. Él es un eslabón muy importante de la organización. También nos regalan algunos de sus parches militares. Un gesto de agradecimiento más hondo de lo que pueda parecer.

Antes de despedirnos, Victor da una orden a uno de sus soldados. No le entiendo, pero sonríe. Ha pedido que nos obsequien la bandera ucraniana, de tamaño considerable, con el escudo de las fuerzas de Donbás estampado en el centro. Amarillo. Azul. Colores que en Ucrania son símbolo de resistencia y libertad.