La 40ª jornada de Segunda

Don Álvaro o la fuerza del sino. La crónica del Real Zaragoza-Racing de Ferrol (2-2)

Dos goles del exzaragocista en apenas diez minutos obligan a seguir sufriendo a un nefasto equipo aragonés que empató en el descuento con un tanto de Enrich que deja el descenso a tres puntos

Sergi Enrich celebra el tanto del empate con el banquillo zaragocista.

Sergi Enrich celebra el tanto del empate con el banquillo zaragocista. / JAIME GALINDO

Jorge Oto

Jorge Oto

Este nefasto Real Zaragoza se ha ganado, por deméritos propios, sufrir hasta el final. Su infame temporada y su insoportable incapacidad para ganar partidos le abocan, irremediablemente, a mantenerse al borde del abismo. A un paso en falso más de una tragedia que se vio venir demasiado tarde. No merece el respiro un equipo incapaz de abrochar la salvación en casa, ante un rival asequible y tras adelantarse en el marcador a los tres minutos. Es muy triste, pero la cruda realidad es que este insoportable Zaragoza tiene lo que merece: tanto sufrimiento como es capaz de provocar a una afición que celebró un empate en el descuento como si le fuera la vida en ello. Porque así era.

El gol de Enrich en el 94, cuando un desfile de fantasmas sembrara el terror en La Romareda, no hace sino acercar un poco más esa orilla que pareció inalcanzable durante una segunda parte en la que el Zaragoza dio una lección de incapacidad futbolística y al que, otra vez, un crío de 19 años, mantuvo con vida hasta la llegada de auxilio.

Cuando llegó el cabezazo de Enrich, al equipo aragonés ya se la había ido la luz de los ojos. El responsable fue Álvaro Giménez, un buen delantero que, como tantos otros, pasó sin pena ni gloria por el Zaragoza. En menos de diez minutos tras el descanso, el punta del Racing de Ferrol remontó él solo el tanto inicial de Liso para hacer del resto del encuentro una oda al pánico. Mal menor el empate, sí, pero nada de salvación definitiva. 47 puntos, a tres solo del descenso y dos jornadas por delante. La agonía es eterna.

Este insoportable Zaragoza tiene lo que merece: tanto sufrimiento como es capaz de provocar a una afición que celebró un empate en el descuento como si le fuera la vida en ello. Porque así era

Y eso que el Zaragoza afrontó el que estaba llamado a ser el último calvario como Dios manda. Con determinación y dejando claro quién se jugaba más en el envite. Sobre un 4-1-4-1 en el que Grau ejercía de pivote, con Mesa y Terrer por delante y Mollejo y Liso en los costados, el Zaragoza se propuso acabar de una vez con esa maldita manía de ser el primero en besar la lona, lo que, para un equipo que anda demasiado justo de autoestima, supone un escollo muchas veces insalvable. Y apenas tardó tres minutos en propinar un sonoro sopapo al rival. Una transición rápida iniciada por Terrer con una apertura a Mollejo derivó, previo resbalón de Brais, en Gámez, cuyo centro mordido convirtió Azón en una asistencia a Liso para deleite de una Romareda que cantaba bajo la lluvia. El agua bendita, de todos modos, fue un gol que dejaba salvado al Zaragoza, al que, en todo caso, le quedaba un mundo por delante para defender el preciado tesoro con uñas y dientes.

El Racing de Ferrol, aún con la legaña en el ojo, sufría para contener las acometidas de un Zaragoza que cerca estuvo de ampliar su renta, de nuevo, por mediación de Liso, cuyo remate, tras otra asociación de Azón, pegó en Cubero antes de marcharse a un saque de esquina con Mesa como ejecutor ante la baja del sancionado Moya.

Poco a poco, el cuadro gallego se fue desperezando. Fue Iker Losada el que puso el despertador con un disparo que salió cerca del poste poco antes de que Serrano, en jugada individual habilitada por el gentil pasillo zaragocista, no encontrara la red por poco.

El Zaragoza, raro es, llevaba peligro por arriba, donde Azón ganaba duelos a Clemente y compañía. Entre Cantero y el poste izquierdo impidieron el tanto del aragonés al cabecear un córner aunque el central zaragozano del Racing replicó pronto con una chilena que no encontró el destino pretendido, aunque volvió a intentarlo antes del descanso con una conducción que Iker Losada no agradeció como es debido.

Dos goles en diez minutos

A los doce minutos de la reanudación, el Zaragoza ya perdía el partido. Tres había tardado Álvaro en empatar al rematar magistralmente un centro de Cubero desde la derecha. Nueve después, el delantero ejecutaba con precisión un envío desde la izquierda de Serrano tras una contra después de un córner a favor de un Zaragoza empeñado en demostrar sus graves problemas conceptuales.

Y ahí se vino la noche encima de un equipo en el que solo Liso, el juvenil, supo mantener la calma para jugar al fútbol. Otro chaval, Vaquero, mandó al larguero la mejor ocasión de un conjunto aragonés mejorado a raíz de la entrada de Valera y una alianza con Gámez que cerca estuvo de propiciar el empate de Liso antes de que el choque se adentrara en un suplicio. En el 93, otro de la tierra, Francés, asistió a Enrich para que el maltrecho corazón siga latiendo. A seguir sufriendo. La fuerza del sino.