"El coche de mi padre vuela". Es la visión de un niño de tres años sobre el accidente que estuvo a punto de costarles la vida a sus padres, a su hermana de seis años y a él, el pasado viernes en Panticosa. El coche familiar se salió de la carretera en el kilómetro 9,600 de la A-2026, bajando de Panticosa, y cayó 30 metros hasta que un árbol detuvo su caída, a 20 metros sobre el río Caldarés. Pero la serenidad de su madre hizo que a los niños el accidente les pareciera prácticamente un juego.

Así lo relata el sargento de la Guardia Civil que les rescató, junto a tres compañeros de los puestos de Sallent de Gállego y Biescas, valiéndose solo de una eslinga de lona y de su valor. Pero el agente, que prefiere permanecer en el anonimato --solo revela su nombre, Javier--, le resta importancia al rescate. "Nos tocó a nosotros porque estábamos allí, pero si hubieran llegado antes los bomberos, hubieran actuado igual. La profesionalidad y la fuerza de voluntad ayudan, pero valoramos los riesgos y nos decidimos", explica.

El cuñado

El aviso del accidente partió del hermano de la madre, que viajaba en otro vehículo justo detrás del todoterreno y lo vio salir volando. En un primer momento, lógicamente, se temió lo peor, pero pudo contactar con su hermana a través del teléfono móvil y confirmar que, milagrosamente, estaban ilesos.

"Cuando llegamos, había varias personas en el lugar del accidente, observando el coche. Llegamos desde Formigal en un cuarto de hora, y la pauta marcaba esperar a los especialistas. Pero vimos que, tal y como estaba la carretera tras la fuerte tormenta de nieve, iban a tardar en llegar, porque había muchos vehículos cruzados. Así que decidimos actuar", cuenta el sargento de Sallent de Gállego.

Uno de los agentes se quedó en la carretera, y los otros tres bajaron con la eslinga, "de unos seis metros", por la ladera. El descenso no resultó nada sencillo. "Pudimos bajar unos tres metros, pero luego tuvimos que ayudarnos con la cuerda en algunos tramos, hasta que llegamos a las proximidades del coche", explica Javier.

Esa zona era la de principal riesgo, "porque con la nieve no sabías si estabas pisando tierra, roca o un arbusto de boj, que al pisar podías caer al vacío". Afortunadamente, pudieron llegar a la zona próxima al vehículo. Allí, un agente ató y aseguró la eslinga, otro se situó a medio camino y el sargento bajó hasta el coche.

"Se había quedado con el eje atascado en un árbol que había roto, así que no estaba del todo inestable. Desde dentro, el padre, en el lado del barranco, ayudó dándole patadas a la luna delantera, y la sacamos. Al primero que extrajimos fue a él, para dejar hueco para trabajar. La verdad es que no había mucho espacio", recuerda el agente.

Canciones

Dentro del vehículo, lo que más le sorprendió fue el valor de la madre. "El padre estaba algo más nervioso, en parte porque conducía él y también porque estaba en el lado del barranco, veía lo que podía pasar. Pero la madre tenía una serenidad tremenda, cantaba canciones con sus hijos para mantenerles contentos", recuerda. De hecho, fue la última en abandonar el vehículo, tras su hija y su hijo pequeño. Ese que, ya a salvo en el cuartel, pintando con su hermana, recordaba el coche volador de su padre.