Esta semana hemos tenido superluna, convirtiéndose en todo un acontecimiento cuando nos dicen que han de pasar 18 años para volver a ver la Luna más grande de los últimos 70. Con estas cifras nuestro satélite de siempre cobra otras dimensiones respecto a nuestras vidas. Son muchos, 18 años, pero suficientes para inquietarnos al pensar en la situación en que nos encontraremos, si habremos sido capaces de cambiar algo al respecto, sobre todo el sentido humano, el leitmotiv de todas las cosas que debería regir el mundo. Cuando se recuerdan los acontecimientos bélicos del siglo XX, cuando de manera icónica salen imágenes de las guerras mundiales, de los campos de exterminio, de los fusilamientos en las tapias de los pueblos, o se publican libros como El año de la catástrofe o Cartas de la Werhmacht o el cine saca partido con un sinfín de películas, nos lamentamos, y sentimos, desde una perspectiva de un siglo, el horror que es capaz de generar el hombre, y miramos la superluna plantada delante de nuestros ojos recordándonos que somos un microbio en el universo, pero de tal maldad que infectamos todo aquello que nos interesa y, a sabiendas de lo que ocurre en África o en Siria con esa «mini guerra mundial» (así la describe The Washington Post por la cantidad de países implicados) o en los países que fueron democráticos hace décadas y ahora convertidos en dictaduras, me pregunto si volveremos a sentir después de 18 años la misma vergüenza que sentimos por el siglo XX o seguiremos haciendo Literatura. Permitir toda esta locura, es como para subirse a esa Luna grande y brillante y no bajarse de ella hasta que esto sea habitable.

*Pintora y profesora de C.F.