La 31ª jornada de Segunda

Víctor no hace milagros. La crónica del Real Zaragoza-Espanyol (0-1)

El técnico aragonés no frena la caída de un Zaragoza que sufre su tercera derrota consecutiva

Puado, con un gol en el minuto 7, bastó al Espanyol para explotar los serios problemas en las áreas de los aragoneses

Francés, el mejor del Zaragoza, se lamenta tras una ocasión fallada.

Francés, el mejor del Zaragoza, se lamenta tras una ocasión fallada. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Jorge Oto

Jorge Oto

Todo fue muy bonito. Precioso. El ambiente de las grandes ocasiones, el llenazo en una Romareda que revivió tiempos de gloria con el homenaje a los héroes del Galacticazo o la bienvenida (demasiado sosa, por cierto) a Víctor Fernández. Incluso el enorme atasco en las inmediaciones que provocó que más de uno llegara tarde a la cita que llevaba esperando toda la semana. Será la falta de costumbre, pero había algo distinto en el aire. Lo dicho, precioso. Hasta que empezó el partido, claro. Porque este Zaragoza da para lo que da, que es demasiado poco para que un nuevo entrenador le dé la vuelta como a un calcetín. Y Víctor, que bueno es un rato, no hace milagros. Así que el subidón duró siete minutos. Los que tardó en marcar Puado, al rematar un gran centro desde la izquierda de Oliván, para acentuar esa nostalgia que envolvió a La Romareda.

Este Zaragoza da para lo que da, que es demasiado poco para que un nuevo entrenador le dé la vuelta como a un calcetín. Y Víctor, que bueno es un rato, no hace milagros

El bofetón a mano abierta escoció de lo lindo. El delantero del Espanyol, que no celebró el tanto como detalle por su pasado zaragocista, enmudecía a una afición que, sin embargo, no tardó en volver a la carga. Porque un gol no podía echar por tierra toda la ilusión acumulada a lo largo de la semana.

Pero, ahí abajo, el Zaragoza seguía siendo un desastre. Nervioso, errático y preso de un desesperante déficit de calidad física y técnica, el tanto en contra no hizo sino acentuar los complejos de unos jugadores que no destacan precisamente por su liderazgo y carácter, como lo subraya el hecho de que no han sido capaz de remontar un marcador adverso en todo el curso. Y el Espanyol no parecía el mejor oponente para romper con aquello. 

Fue Francés, al que Puado había ganado el pulso en el tanto, el que más apretó los dientes y los puños. El canterano, con apenas 21 años, tomó al resto de la mano y lideró el intento de rescate, pero el Espanyol, que antes del gol ya había disfrutado de una clara ocasión malograda por Braitwaite, tenía el partido justo donde había soñado su técnico, Manolo González, también de estreno.

El plan de Víctor, en el que Mouriño ejercía de sorprendente lateral diestro a pesar de que el técnico prometió que no iba a haber cosas raras en el once, se iba al garete. El equipo, sobre un 4-2-3-1 con Bakis arriba y Valera y Mollejo bien abiertos, no transmitía sensaciones diferentes a antaño. De hecho, la primera parte fue el mismo horror que casi siempre. Apenas un remate de cabeza sin sustancia de Jair y alguna carrera de Valera, burlado junto a Mouriño una y otra vez por un Brian Oliván que parecía Maldini.

La lesión de Rubén mediado el primer periodo no alteró un ápice el guion de un partido en el que el Zaragoza, preso de sus carencias en las áreas, apenas presentaba argumentos para creer. Solo un error de Joan en la salida a una falta lateral botada por Moya separó a La Romareda del tedio antes de un descanso que fue agua bendita para desterrar el enésimo sacrilegio de la temporada.

Cambio sin cambios

No cambió nada Víctor en el vestuario más allá de mandar al equipo cinco metros más adelante, y pedir a los suyos más intensidad en la presión alta. El Espanyol, ya sin el lesionado Braitwaite, dio un paso atrás ante el empuje de un adversario que había carecido hasta entonces de amplitud, profundidad y amenaza.

Pero Francés seguía empeñado en salir al rescate del resto. El canterano fue el mejor delantero de un Zaragoza cuyo principal problema es la falta de velocidad en punta, lo que condiciona demasiado su forma de jugar y facilita en demasía la del oponente. Milla, sustituto de Braitwaite, salvó el empate al sacar bajo palos un remate de Francés que ya había superado a Joan. Pero el canterano lo había conseguido: todo el mundo volvía a estar enganchado. Había esperanza. Había partido.

Ese primer cuarto de la hora tras la reanudación fue el mejor rato de fútbol de un Zaragoza que volvería a acercarse al gol a través de una chilena de Bakis que se marchó alta por poco. El turco volvía a demostrar que su utilidad pasa por la explotación de centros laterales y nunca por el balón largo o el pase al hueco, donde su lentitud es palmaria.

Con más de la mitad del segundo tiempo por delante, Víctor llamó a filas a Liso, cuyo descaro es gloria bendita en un equipo plano y previsible en ataque. El juvenil mejoró a Mollejo y aportó amplitud y profundidad. Incluso probó fortuna con un disparo con la derecha que se fue desviado. El Zaragoza no dejaba de intentarlo mientras el Espanyol hace tiempo que había renunciado a ver de cerca a Badía para centrarse en proteger el tesoro con uñas y dientes.

Fue Francés, de nuevo, el que volvió al primer plano con un cabezazo que lamió el palo izquierdo del marco de Joan tras un gran centro de Liso que mereció mejor suerte. Como, seguramente, un Zaragoza que, en todo caso, acumula demasiada escasez para que alguien sea capaz e convertir el agua en vino. Ni siquiera Víctor.