En una sociedad cada vez más envejecida, más de 50 millones de personas en todo el mundo sufren de demencia, y se prevé que ese número se doble, si no hacemos nada al respecto, aproximadamente cada 20 años. El ritmo actual es de un diagnóstico cada 4 segundos, con un coste superior al 1% de toda la riqueza mundial. Ello supone, desde hace años, un reto fundamental para todos nosotros, pues el impacto que la demencia tiene en nuestra sociedad es, a día de hoy, indiscutible.

Pero es desde hace muy poco tiempo cuando el abordaje de la demencia ha recibido la atención suficiente por parte de los dirigentes más importantes. Sin embargo, algo se está moviendo, en pacientes y sus familiares primero, luego en asociaciones, posteriormente en la sociedad, y parece que ya ahora en las clases dirigentes, pues si no, la epidemia es imparable. Fruto de ello es el creciente estímulo a toda forma de abordaje a la demencia, no solo en el campo de la investigación farmacológica, sino también en el del conocimiento, la divulgación, la comprensión y, cada vez más, la prevención de la enfermedad.

Pero, ¿son estas palabras grandilocuentes que simplemente podemos utilizar para decir "se está haciendo mucho"?. Rotundamente no. En primer lugar, cada vez sabemos mejor cuándo enfrentarnos al enemigo; ese cuanto antes mejor, debería ser un valor absoluto, hasta el punto de que podemos afirmar que ninguna queja cognitiva debería ser desatendida. En segundo lugar, porque podemos anunciar ya como dato contrastado que si bien la prevalencia (número total de casos) de la demencia sigue creciendo, en los últimos años estamos asistiendo a un progresivo freno a la incidencia de la demencia (entendida como casos nuevos en relación a la población total). Ello en sí mismo, siendo todavía un dato no útil para quienes ya la sufren, constituye, en mi opinión, uno de los primeros éxitos que como sociedad nos podemos apuntar en la lucha, hasta ahora desigual, contra tan devastadora enfermedad.

Gracias al conocimiento íntimo de qué ocurre y por qué ocurre en la enfermedad de Alzhéimer, los científicos han podido, desde hace años, estudiar, proponer, probar, verificar y divulgar que efectivamente existen estrategias de prevención eficaces de la enfermedad de Alzhéimer, y la correcta aplicación de esas estrategias parece estar mostrándonos ya un pequeño pero significativo avance en el camino: el de poder contar a nuestros pacientes, amigos, compañeros, que el duro trabajo tiene la recompensa del éxito, parcial si se quiere, pero innegable, de saber que muchas personas no sufren de enfermedad de Alzhéimer gracias a la aplicación de medidas preventivas que, los que sí la sufren, nos han ayudado a aprender. Es otra deuda más que tenemos para con nuestros pacientes.