TRAGEDIA EN UNA DISCOTECA EN MURCIA

Zaragoza revive los fantasmas de la Flying: "Murieron dormidos, con la copa en la mesa"

El barrio de La Magdalena se enfrenta a los fantasmas de la madrugada del 14 de enero de 1990 en la que todo ardió como en la sala Teatre de Murcia

La inhalación de gases provocó 43 muertos en el sótano de la sala de fiestas que se ubicaba entre las calles Trinidad y Teobaldo, hoy reconvertida en un residencial para trabajadores al que EL PERIÓDICO DE ARAGÓN ha tenido acceso

La madrugada en que la discoteca Flying se convirtió en la sepultura de 43 zaragozanos, Carmelo Luis quedó impresionado por el silencio que habitaba las escaleras por las que se accedía al sótano de la sala. «Bajé con los bomberos a la planta de abajo. Estaba todo intacto: un grupo de cuatro amigos en una mesa, como dormidos, con las copas a mitad en la mesa. ¡Se habían muerto con la copa en la mano! Las puertas de las neveras estaban abiertas y los camareros habían metido la cabeza dentro para respirar... Y ese silencio impresionante. No he visto uno igual», relata el hombre, que ahora cuenta 76 años y sigue viviendo justo tres plantas por encima de la sala de baile donde se produjo uno de los tres incendios más mortíferos de la historia reciente de España, solo superado por el fuego de Alcalá 20, en Madrid (81 fallecidos) y el del Hotel Corona de Aragón (78 decesos). 

El hombre lo recuerda con nitidez. Ha revivido aquellos momentos traumáticos y de desasosiego durante el fin de semana, cuando al encender el televisor comenzaron a deslizarse las imágenes de las discotecas Teatre y Fonda Milagros, en Murcia, que se ha cobrado la vida de 13 personas. «Esos pobres chicos...», comenta su esposa, Margarita García, que recuerda la calle «llena de bolsas blancas», la misma expresión que utilizaban este lunes varios viandantes de cierta edad que pasaban por la antigua entrada de la discoteca, ahora tapiada. Aquella gélida noche del 14 de enero de 1990, Carmelo, que era presidente de la comunidad por aquel entonces, y Margarita dormían plácidamente junto a sus hijos en el piso en el que viven desde 1982, justo encima de lo que fue la Flying, que hacía esquina entre las calles Teobaldo y Trinidad.  

"Nos tocaron el timbre sobre las tres de la mañana. Había que desalojar el edificio. Mi marido tuvo que coger a corderetas a su madre para bajar a la calle y yo a mi hija, que tenía 12 años y sarampión», relata la mujer, quien aún hoy agradece a la vecina del edificio de en frente que abrió sus puertas a todos los desalojados durante toda la noche. «Por aquella época no había teléfonos y los bomberos subían a llamar a su casa. Cada vez que subían había más muertos. Fue una noche terrible», cuenta Margarita García, que atiende a EL PERIÓDICO DE ARAGÓN en el comedor de su domicilio.

El matrimonio, que entonces no superaba la treintena de edad, es uno de los pocos que aún viven en el barrio de la Magdalena y recuerdan una de las noches dramáticas de la historia de la ciudad. Sin embargo, los fantasmas de la Flying nunca se marcharon de la calle que desemboca en el Coso Bajo, una de las arterias principales de la capital aragonesa. Juan José Vallespí era poco más que un bebé cuando la Flying ardió, pero las ruinas permanecieron durante años. «Me acuerdo que los chavales del barrio nos colábamos por las ventanas y bajábamos al sótano para ver las ruinas. Habían pasado diez años y las paredes aún estaban negras. Después hicieron un puticlub que estuvo muchos años y al final lo convirtieron en casas», comenta el joven mientras sale del portal.

Un vecino del barrio de La Magdalena comenta su infancia entre las ruinas de la discoteca Flying, este lunes.

Un vecino del barrio de La Magdalena comenta su infancia entre las ruinas de la discoteca Flying, este lunes. / ANGEL DE CASTRO

Y así es: lo que fue unos de los salones de los pasos prohibidos en la siempre dinámica noche zaragozana ahora es una zona común de una residencia de trabajadores, con su lavandería, su gimnasio y su cuarto de estar. Lucía Navarro baja las escaleras, las mismas que hace años daban paso a la planta baja de la Flying, y señala el lugar donde estaba la barra. «Aquí se vive bien, es barato y estamos a gusto. Yo llegué hace tres o cuatro años y no conocía la historia de la discoteca. Mis padres, sí, pero se lo callaron hasta que entré por si me daba cosa. Ya ves tú...», señala la joven hostelera.

El juicio

El incendio de la Flying fue un suceso traumático per se, pero la deriva judicial terminó por enturbiarlo todavía más si cabe. El juicio se celebró dos años después de la tragedia en la Feria de Muestras en un macroevento judicial en el que las familias exigían respuestas. «Terminaron condenando a Paco Lacruz, el encargado, en segunda instancia, algo rarísimo porque la Audiencia Provincial revocó la sentencia del Juzgado de Lo Penal Número 2, que había seguido el caso desde el principio y había determinado su absolución», explica Virginia Laguna, que formaba parte del despacho de abogados que llevó la defensa de Lacruz. La Audiencia también declaró a Faustino Martínez, propietario de la sala Flying, responsable civil subsidiario y lo condenó a dos años de cárcel al considerar que entorpeció la averiguación de su patrimonio con el fin de evitar que se subastara y se pagaran las indemnizaciones. De hecho, las compensaciones se fijaron en 60.000 euros por víctima mortal y en 240.000 a una mujer que resultó herida grave, aunque los abogados denunciaron que no se abonó ninguna de esas sumas.

Lo que sí supuso el incidente de la discoteca fue un cambio en la ordenanza contra incendios de la capital aragonesa. Explica el jefe del cuerpo de Bomberos del Ayuntamiento de Zaragoza, Eduardo Sánchez, que la capital aragonesa tiene una historia negra con los incendios y que fuegos como el de la Flying o el del Hotel Corona de Aragón, que se cobró 83 vidas, «forman parte de la colección de fantasmas que todos llevamos dentro».

Sánchez apunta que hay que remontarse a hace casi tres siglos para observar cómo Zaragoza se pone manos a las obras para ser pionera en actuaciones contra el fuego. «En 1778 se originó un incendio en el Coliseo de Comedias de Zaragoza [ubicado donde se sitúa ahora el Banco de España] en el que murieron 79 personas. Las puertas se abrían hacia dentro, lo que impidió que los asistentes a la obra de teatro pudieran escapar. Fue entonces cuando empezaron a cambiarse las puertas para que seabrieran hacia el exterior», relata Sánchez. 

Fue dos siglos después, en 1979, cuando el Hotel Corona de Aragón fue protagonista de un nuevo episodio de la historia negra de Aragón con 83 fallecidos. «Supuso un impulso para la normativa contra incendios. Solo había ordenanzas municipales de este tipo en Madrid y en Barcelona, por lo que Zaragoza cogió lo más restrictivo de cada una y lo fusionó en un texto propio para la ciudad», apunta el jefe de Bomberos. Aquella normativa se mantuvo hasta el incidente de la Flying, tras la que se volvió a actualizar con medidas todavía más restrictivas que en el resto de España. «En Zaragoza, cualquier discoteca o bar que supere los 200 metros cuadrados está obligado a instalar un sistema automático de detección de incendios, humo y calor en el falso techo y en el falso suelo, mientras que en la mayoría del país solo es obligatorio para salas por encima de los 1.000 metros cuadrados. «La clave es salvar vidas, eso es lo esencial. Después, todo lo demás», concluye.