SUCESOS EN ARAGÓN

Víctimas y asesinos entre los indigentes de Zaragoza: la crónica negra de los más desfavorecidos

En el siglo XXI ya se contabilizan cuatro crímenes en Zaragoza que han tenido como protagonistas a mendigos

Asesinato junto al Huerva: uno de los agresores alquilaba tiendas de campaña en las chabolas

Galindo, el joven que mató a un mendigo y que inculpó a unos 'cabezas rapadas'

VÍDEO | Así es el cubículo junto al río Huerva donde vivía el indigente fallecido tras recibir una paliza en Zaragoza

Jaime Galindo

La crónica negra de la prensa diaria aragonesa ha incluido en sus páginas a protagonistas muy diversos desde el punto de vista social. Desde asesinos como camioneros (José María Miguel Gascón), militares (Norbet Feher, alias Igor El Ruso) o albañiles (Francisco Expósito Expósito, alias El Rompebragas) hasta víctimas como alcaldes (Miguel Grima), auditores de casinos (López Aldea) o abogadas (Rebeca Santamalia). A lo largo de esta lista también se han colado quienes viven en la indigencia, tal y como sucedió el pasado 7 de enero cuando Florin y un compañero noruego le propinaron una paliza a otro sintecho con el que convivían en un asentamiento chabolista a orillas del río Huerva. Pero no es la primera vez que este colectivo de vulnerables se hace un hueco en la crónica negra del siglo XXI.

En 2000, Aitor Galindo asesinó a patadas a un indigente –Julio Jesús Millán– cuando dormía en un garaje del Camino Las Torres; en 2009, José Manuel M. O. asfixió a un compañero de la indigencia –Óscar Candido S.– en una caseta de campo del barrio de Miralbueno, y, en 2016, Jorge Callejas Hernández le dio una paliza mortal a un indigente argelino –Said Tahraoui– que vivía en una furgoneta de la avenida Cataluña. Son capítulos ya cerrados en la vía judicial tras sendos juicios con jurado popular ante los tribunales de la Audiencia Provincial de Zaragoza en los que se probó la culpabilidad de sus nombres. Y hay quien ya ha cumplido con creces la pena privativa de libertad para abandonar su vida entre rejas.

El primero de estos crímenes llevó la firma, según los forenses, de «una persona normal». Era Aitor Galindo y pateó hasta la muerte a un vecino de Ateca de 78 años que dormía en un garaje del Camino de las Torres. Tal fue la brutalidad del ataque que los agentes encontraron al asesino con los pantalones y las botas ensangrentadas en las inmediaciones del lugar del ataque. Fue el resultado de provocarle lesiones craneofaciales, múltiples traumatismos, una hemorragia cerebral y un aplastamiento de la nariz para que falleciera asfixiado al tragarse su propia sangre. Un jurado popular le declaró culpable y la Audiencia Provincial de Zaragoza le condenó a 20 años de cárcel.

Pero Millán no era una víctima de la indigencia al uso. Estudió Derecho en la Universidad de Zaragoza y fue compañero de promoción de voces reconocidas como Fernando Álvarez Miranda, quien fuera el primer presidente del Congreso de los Diputados; Julián Serrano Puértolas y José Ignacio Giménez Fernández, magistrados del Tribunal Supremo, y Pedro Baringo, expresidente de la Diputación Provincial de Zaragoza (DPZ). Solo eligió la bohemia como firma de vida, se servía de una pensión de invalidez y quienes le conocían decían que no pedía limosna ni bebía alcohol.

El perfil de Millán no coincidía con el de Óscar Cándido. Este indigente volvía el 12 de mayo de 2009 a la caseta de campo donde residía con otros mendigos en el barrio de Miralbueno. Llegó con alguna copa de más e inició con una discusión con quien, a los minutos, se acabaría convirtiendo en su asesino. El finado golpeó con una barra de hierro a su compañero José Manuel M. O. y este le respondió agarrándole del cuello hasta matarle por asfixia. Fueron dos minutos de estrangulamiento que le llevaron al banquillo de los acusados de la Audiencia Provincial de Zaragoza para que un jurado popular le declarar culpable de homicidio.

Al otro lado del Ebro, en la avenida Cataluña, vivía Said Tahraoui. Había encontrado acomodo en una furgoneta hasta que, la noche de Reyes de 2016, Jorge Callejas Hernández le atacó «por sorpresa» al propinarle varios golpes en la cabeza. Murió estrangulado porque tenía la tráquea rota y la autopsia también reveló múltiples lesiones traumáticas en el rostro como, por ejemplo, contusiones en la mandíbula, la nariz, la boca y el oído. Callejas Hernández fue condenado a 17 años de cárcel y, en 2019, su nombre volvió a aparecer en la prensa diaria aragonesa al ingresar en la uci porque se lanzó de cabeza desde una canasta del centro penitenciario de Zuera.

A todos ellos se ha sumado recientemente el nombre de Florin. Este hombre de 56 años y nacionalidad rumana convivía con sus asesinos en un asentamiento chabolista situado en la desembocadura del río Huerva hasta que una discusión con sus vecinos terminó de la peor forma posible. Falleció a los pocos días en un centro hospitalario de Zaragoza para engrosar la lista de este colectivo de vulnerables en las páginas de la crónica negra de la prensa diaria aragonesa. Se trata del último crimen del siglo XXI entre quienes viven en la indigencia, pero también los hay de principios de los 90. En 1994, Pedro José Barrio Oliva asesinó a un vecino de Calatayud de 15 años a quien trató de descuartizar. Solo pudo seccionarle una oreja y la lanzó al río Huerva.

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