Reseña

Crítica de Miguel Ángel Ordovás de 'Lujurias y apocalipsis': La consagración de la belleza ante la chusma

Si toda la obra de Villena ha estado marcada siempre por su personal impronta de ávido degustador de la belleza, en estos versos se convierte en casi un precepto

El poeta Luis Antonio de Villena.

El poeta Luis Antonio de Villena. / EP

Miguel Ángel Ordovás

Tal vez envejecer, morir, sea el único argumento de la obra. Pero incluso para ser actor de esta representación es necesaria una determinada presencia de ánimo. Y eso es lo que demuestra tener Luis Antonio de Villena en su más reciente poemario, 'Lujurias y apocalipsis', editado por Visor en su colección de poesía. Si toda la obra de Villena ha estado marcada siempre por su personal impronta de ávido degustador de la belleza, en estos versos escritos en compañía de la onerosa vejez esa búsqueda del placer –físico y estético– se convierte en casi un precepto.

«En tiempo de ruina política, reino de ineptos. / En tiempos ásperos de virus y pandemia y gente sin cabeza», sitúa Luis Antonio de Villena uno de sus poemas, y aún es benévola esa ubicación para quien se reconoce viviendo entre «vulgaridad e ignorancia», como dice en el Postfacio del poemario. Si al reconocimiento de esa decadencia de lo que le rodea se le suma una vejez que «nada tiene de admirable / pese a los lauros falsos de la tonta corrección política», el resultado es una mirada afilada y diamantina, que solo se templa en el cálido flujo de la memoria.

Efectivamente, es en el recuerdo donde el autor encuentra una vía de escape grata ante esa doble realidad frustrante en la que se encuentra. Y en esa salida muchos de los poemas hacen honor al título del libro, o al menos a una parte, ya que son evocaciones de aventuras amorosas en las que la lujuria carga cada palabra elegida por el poeta para brindar un lenguaje que se llena de sensualidad sin necesidad ninguna de escandalizar.

Luis Antonio de Villena construye en 'Lujurias y apocalipsis' un verdadero templo consagrado a la belleza «sin el inevitable estropicio de la chusma», con una voz poética voluntariamente alejada de la ramplonería presente en la que no desfallece en ningún momento su elegancia y delectación, lo que seguramente lo convierte en un poeta subversivo y rebelde, por mucho que él mismo se mortifique diciéndose «eres viejo ya».

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