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La crítica de Javier Losilla: Enigma, en la República de Weimar

El concierto se celebró este lunes en la sala Luis Galve del Auditorio

Imagen del concierto del lunes

Imagen del concierto del lunes / Enrique Lafuente

Javier Losilla

Javier Losilla

¿Es necesaria la coma en el titular de esta crónica? Depende. Sin ella la cosa hubiera quedado como el epígrafe de una novela policiaca, tipo 'Asesinato en el Orient Express', lo que vendría a decir que el misterio podría estar o no resuelto. La coma lo aclara todo, ya que el arcano no fue tal, pues la OCSZEnigma, dirigida por Asier Puga, se encargó de resolverlo brillantemente el lunes en el Auditorio. Es decir, dio todas las claves de un programa musical centrado en uno de los grandes compositores alemanes de la República de Weimar (1918-1933), ese periodo de gran inestabilidad política y social («un mal parto», según Hans Magnus Enzensberger), pero de profunda agitación artística: Kurt Weill (1900-1959). Dos de sus obras, 'Concierto para violín e instrumentos de cuerda' (1824) y 'Suite de la Ópera de los tres peniques' (1928), configuraron un programa que se completó con Hot Sonata para saxo alto y piano (1930), del checoslovaco Erwin Schulhoff (1894-1942).

La primera pieza de Weill tuvo como músico invitado al muy ducho violinista Víctor Parra. Weil la escribió influido por el expresionismo tardío de Arnold Schönberg, y sin ser una pieza atonal se aproxima mucho a esa estructura. Su lenguaje es duro y, además de reflejar el conflictivo momento político alemán, es probable que la enfermedad de Ferruccio Busoni, con quien Weill estudió, influyese en su ambientación. El desasosiego, un cierto descreimiento y también el relajo y la furia transitan por los tres movimientos del Concierto, con un violín dialogante, no solista, y unos vientos que exploran todos los matices dinámicos, mostrando una gran precisión en el conjunto. 

La segunda pieza de Weill recoge las partes instrumentales de la música que armó para la 'Ópera de los tres peniques', una de sus grandes colaboraciones con el dramaturgo Bertold Brecht, y muestra la faceta más popular del compositor en un estilo más sencillo y realista. Es una suite cuya interpretación o bien tiende a la solemnidad del clasicismo o al pop (especialmente en movimientos como 'La balada de Mackie Messer' y 'Canción de Polly'), despojándola de las vibraciones sensuales del cabaret y del jazz. No fue esa la lectura de Puga y la OCSZEnigma, por lo que asistimos a la belleza cruda de unas partituras ancladas en el fragor de la calle y el humo de los locales nocturnos, fuente de inspiración para no pocas creaciones sonoras para el cine. Los aplausos obligaron al director y a los músicos a repetir como bis 'La balada de Mackie Messer'. Pero antes...entre guerras, es un decir; entre las dos obras de Weill, sonó la 'Hot Sonata' para saxofón (Mariano García) y piano (Juan Carlos Segura), de Schulholff, quien falleció de tuberculosis a los 48 años en la fortaleza de Wülzburg (Baviera), usada por los nazis como campo de prisioneros. 

Vibrante pieza, no menos vibrantemente interpretada: mientras el saxo brujulea por deslumbrantes armonías de jazz, el piano cabalga por las construcciones europeas de vanguardia. El encuentro es arrebatador. Y así transcurrió el concierto: recuperando no el mito de los felices años 20, sino el talento de sus creadores y, de paso, mostrando el de sus intérpretes y su director actuales. ¡Viva la República! 

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