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La Zaragoza ‘alemana’

El origen de la huella germana en Zaragoza

El cementerio alemán de Zaragoza.

El cementerio alemán de Zaragoza. / EL PERIÓDICO

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

La capital aragonesa tuvo una importante colonia alemana que sin duda ha dejado una importante huella en la ciudad que, hoy en día, todavía sigue presente, aunque a veces no nos demos cuenta. Y eso que esa presencia es más que evidente en algunos lugares. Por ejemplo, no hay más que visitar el cementerio de Torrero, donde todavía hoy existe una zona llamada Cementerio alemán. También existe el Colegio alemán e incluso podemos ver ciertas empresas como El tinte de los alemanes, por sólo poner un ejemplo. ¿Pero cuál es el origen de esta patente presencia alemana?

Esta historia comienza muy lejos tanto en lo geográfico como en el tiempo. Nos situamos en el último tercio del siglo XIX, en plena época del imperialismo. Todo país europeo que se considerara a sí mismo como una gran potencia debía tener un imperio colonial, que era visto como una especie de misión a través de la cual llevar la civilización y la verdadera fe a otros pueblos, pero que en realidad era sólo una forma de explotación, en muchas ocasiones bestial, de las tierras y personas de allende los mares. Una forma de conseguir prestigio internacional, recursos y mercados propios donde luego poder vender en exclusiva los productos manufacturados en la metrópoli.

En cuanto al tema colonial, en aquella época eran Gran Bretaña y Francia las dos grandes potencias que se repartían buena parte del globo, con una importante presencia también de Portugal, Holanda y otros países como España o la monarquía belga. Pero si había una potencia en fulgurante ascenso en aquellos tiempos era la recientemente unificada Alemania. Sin embargo, esta no contaba con un imperio colonial propio, de modo que, aunque llegaba algo tarde, su canciller, Otto von Bismarck, impulsó entre finales de 1884 e inicios de 1885 la Conferencia de Berlín, donde las principales potencias europeas buscaron un reparto ordenado de lo que quedaba sin colonizar de África, así como acuerdos para determinadas fronteras conflictivas en ese continente. Por eso nos encontramos todavía hoy en día fronteras de cientos de kilómetros establecidas, literalmente, con escuadra y cartabón.

La Sala Oasis, entonces el cabaret Royal Concert, era frecuentada por la colonia alemana.

La Sala Oasis, entonces el cabaret Royal Concert, era frecuentada por la colonia alemana. / EL PERIÓDICO

Aunque Alemania no vio satisfechas todas sus demandas dado el potencial industrial y económico en auge que mostraba, sí que consiguió ciertos territorios, especialmente lo que hoy en día es Camerún. En las décadas siguientes se fueron desplazando hasta allí unos pocos miles de alemanes como soldados, miembros de la administración colonial, aventureros, algunos empresarios en busca de fortuna, y misioneros. Pero todo cambió con el estallido de la Primera Guerra Mundial en el verano de 1914. Las colonias de uno y otro lado también se vieron afectadas por el conflicto, y aunque los alemanes de Camerún consiguieron resistir durante un tiempo ante los ataques de británicos y franceses, en 1916 acabaron sucumbiendo. Cientos de esos alemanes abandonaron Camerún y cruzaron la frontera con la Guinea española, por lo que, según los tratados internacionales del momento, pasaron a convertirse en lo que se llamaba «internados». No eran del todo prisioneros de guerra, pero sí que pasaban a estar custodiados durante el resto del conflicto por la potencia neutral que los acogía, siendo en este caso la España de Alfonso XIII, la cual se había declarado neutral en la Gran Guerra.

El gobierno español tenía que hacerse cargo de ellos pero sin que pudieran abandonar sus fronteras, de modo que se decidió llevarlos a la España peninsular y asentarlos en tres grupos. De esos alemanes, 63 fueron asentados en Alcalá de Henares, 217 en Pamplona y 347 en Zaragoza. Una capital aragonesa que en esos momentos se había convertido ya en uno de los principales centros industriales del país, lo que había hecho crecer mucho su población entre finales del XIX y comienzos del XX hasta alcanzar algo más de 150.000 habitantes.

En principio, esos más de tres centenares de alemanes iban a quedarse tan sólo mientras dudara la guerra, la cual no acabó hasta finales de 1918. Sin embargo, muchos de ellos echaron raíces en la capital aragonesa para no marcharse jamás, creando una importante e influyente comunidad alemana en la ciudad. Muchos se casaron con gentes de aquí e incluso atrajeron a otros alemanes que vinieron después de la guerra, crearon empresas como las tintorerías antes mencionadas o las célebres salchichas Kurtz, e incluso llegaron a fundar su propio club de fútbol, el Camerun Football Club. Eso sí, también algunos participaban en la vida nocturna de la ciudad, pues siempre se veía a muchos alemanes en el Royal Concert, un cabaret popular que con el tiempo acabaría llamándose Oasis, o incluso participaban en orgías que armaban un buen escándalo en la sociedad zaragozana del momento provocando incluso que la asociación femenina Acción Católica acudiera en varias ocasiones al alcalde para que pusiera coto a semejantes e indecorosos comportamientos. Sin duda, aquellos alemanes dejaron una duradera impronta a orillas del Ebro de todas las formas imaginables.

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