Si ustedes me hacen la merced de leerme con alguna frecuencia, sabrán mi apego a la tesis de que las apariencias pocas veces engañan. Pero ahora, además, quienes manejan la realidad han decidido no tomarse el trabajo de disimularla. Por eso nos han echado a la cara guerras, masacres y acontecimientos políticos tremebundos apenas envueltos en tenues mentiras, sin lenitivos, sin justificaciones creíbles... sin complejos, que decía aquél. O sea, sin vergüenza.

Creo que fue el pasado domingo cuando a la noche echaron por la tele una película de legiones espaciales. La vi junto a mis dos sobrinos (diez y once años, respectivamente) quienes al ser unos chicos cultos, inquisitivos y criticones calificaron rápidamente el film de americanada (de argumento simple, infantil y patriotero, querían decir) y luego le fueron poniendo una pega tras otra: ¿cómo puede ser que legiones de pseudoinsectos alienígenas vivan en planetas absolutamente desolados donde no existe nada que puedan comer?, ¿sin plantas ni ningún otro productor de oxígeno, cómo demonios pueden los terrícolas respirar en dichos planetas?... y así hasta mil. La peli no pretendía ser sino un tebeo, pero aun así resultaba demasiado inverosímil. Los dos chavales se desentendieron de ella.

Ahí radica el problema: que los grandes poderes (institucionales, fácticos o la habitual combinación de ambos) han decidido prescindir de la verosimilitud. Primero sacrificaron el fondo a la forma; luego se olvidaron de guardar las formas; ahora ni siquiera se molestan ya en salvar las apariencias. Como suele recordarse estos días, cuando la crisis de los misiles soviéticos en Cuba el embajador de Kennedy en el Consejo de Seguridad de la ONU apoyó sus alegatos en foto aéreas y pruebas inequívocas de que tales misiles existían. Sin embargo, los voceros de Bush y de Blair apenas se molestaron en justificar con cuatro incongruentes patrañas su plan de invadir y ocupar Irak. Y de nuestro 11-M, qué puedo decirles ya. Rajoy ha anunciado que Acebes ha de ser el número dos del PP salga lo que salga en la comisión que investiga lo sucedido aquellos días. Así actúan los jefes de hoy: sin cortarse un pelo.