SALÓN DORADO

Felipe, Alfonso y la flaca memoria

José Luis Corral

José Luis Corral

Felipe González y Alfonso Guerra protagonizaron la renovación de PSOE en el congreso de Suresnes, junto a París, en octubre de 1974, cuando el dictador Francisco Franco aún amargaba la vida y negaba la libertad a millones de españoles. Esos dos jóvenes sevillanos asumieron la dirección del PSOE ante la renuncia de Nicolás Redondo, un sindicalista que santificó a los renovadores, que se hicieron con la nueva marca del PSOE, aunque Rodolfo Llopis, todavía secretario general de PSOE histórico, se resistía a ser sustituido por los renovadores; incluso se presentó como PSOE (h) a las elecciones generales de 1977, cosechando un fracaso absoluto, en tanto el PSOE (r) de González y Guerra se erigía como segunda fuerza política sólo por detrás de UCD y muy por delante del PCE. La «operación Suresnes», propiciada por la socialdemocracia europea con el visto bueno de Estados Unidos y regada con una riada de dinero alemán, liquidó a los viejos socialistas del exterior, y el nuevo PSOE ganó por abrumadora mayoría absoluta las elecciones de 1982.

Aquello fue el inicio del fin del socialismo: González y Guerra acabaron con las industrias públicas, mantuvieron a España en la OTAN pese a tantas proclamas de «OTAN, de entrada no», privatizaron cuanto pudieron y entraron en la actual Unión Europea a cambio de comportarse como fieles lacayos del liberalismo más feroz, teñido, eso sí, de «progresismo socialdemócrata».

Esta semana, los dos padres del moderno socialismo español se han desatado con un aluvión de durísimas críticas contra el actual secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en cuya defensa los ministros «sanchistas» han salido como fieras y los han tildado de «rancios», «desleales», «antiguos» y otras descalificaciones por el estilo.

Felipe y Alfonso arremeten contra la presunta Ley de Amnistía que presuponen que está preparando Sánchez, y condenan el autoritarismo y la falta de debate interno en su partido, pero olvidan los dos que ellos no hicieron nada de lo que ahora reclaman, que sometieron a la militancia a un control férreo («El que se mueva no sale en la foto»), que «cambiaron de opinión» en decenas de posiciones ideológicas, que no respetaron la separación de poderes («Montesquieu ha muerto»), que traicionaron de manera indecente y canalla al pueblo saharaui, que pactaron con Jordi Pujol a sabiendas de que era un colosal corrupto, que no acabaron con el terrorismo de Estado de los GAL y que consintieron una inmensa corrupción estructural. La memoria, ¡ay, la memoria!

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