HOGUERA DE MANZANAS

El ‘Paneta’

Olga Bernad

Olga Bernad

Plácido mediodía en Zaragoza. El curso ha empezado y los niños salen con sus mochilas de un colegio cercano. Esa sensación mezcla de paz y algarabía que traen siempre los críos, el fastidio de volver al cole se convierte en regocijo al ver a sus compañeros, pero aun así finalizar la jornada matutina es un asunto mucho más feliz. Los niños sonríen, los padres sonríen, los abuelos sonríen y todavía es verano. Hay un olor como de libro nuevo en el ambiente. Y entonces, en medio de la perfección, se oyen unos gritos y llantos al principio ininteligibles: «El paneta, ayyyyyy el paneeeeeeta». «Pero hija mía, ¿qué tienes, qué te pasa?». «¡El paneta, el paneta está mueeeeeerto!». «¿El paneta quién es?», se pregunta la abuela. «¿Pero quién se ha muerto?», inquiere la angustiada madre. «El paneeeta, el paneeeeta», confirma entre hipidos la pobre niña con todo el entusiasmo de sus tres años, cuando el sufrimiento es eterno mientras dura.

La madre, la abuela y las gentes de las mesas de alrededor –porque el español tiene una tendencia solidaria ante las desgracias que acontecen en la rúa– acaban deduciendo tras ardua investigación que se trata del planeta y que la niña está inconsolable con su destrucción. «No se ha muerto, hija mía, mira qué árboles más majos», le dice un jubilado. «Pero se va a moriiiiiiiir, se va a moriiiiiiir porque no lo cuidamos, ayyyyyyyyyyy».

Nos atenaza una especie de risa teñida de angustia por el paneta, por la niña y por nosotros. Y me pregunto muy en serio si es decente apesadumbrar absurdamente a un crío con cosas que no puede medir y si no sería suficiente con dar pautas pequeñas, como ellos, para cuidar el planeta, el entorno y a sí mismos, sin necesidad de endiñarles el primer día de clase consignas como losas que solo aligeran la conciencia de quien las imparte.

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