EL ARTÍCULO DEL DÍA

‘Parole, parole, parole’

Una situación precaria es aquella que se caracteriza por su poca estabilidad y duración

Joaquín Santos

Joaquín Santos

Allá por los inicios de los años 70, Mina, la diva de la canción italiana, tuvo un éxito clamoroso con una canción que tenía por título Parole, parole (palabras, palabras). La canción tuvo versiones en francés y español. En todas, una voz masculina, de esas graves y profundas, susurra, sin cantar, promesas de amor eterno a las que la cantante responde con ese estribillo que espero que le suene y que dice así: ¡Parole, parole, parole!

Como la cosa va de palabras le voy a proponer un juego con las mismas. Le planteo que resuelva el siguiente caso en el que los términos que usemos tienen su peso: Graciela, guatemalteca, con permiso de residencia y trabajo, acude a un centro en el que realiza labores durante cuatro horas al día. Lo hace sin contrato. Si la tuviera que clasificar en uno de los siguientes grupos, ¿en cuál encuadraría su situación?:

A) Explotación. B) Precariedad. C) Adecuada pero insuficiente. D) Correcta.

Creo que si esta pregunta la hubiéramos hecho hace treinta años la respuesta inmediata de la mayor parte de los consultados hubiera sido sin dudar la de explotación. En la actualidad muchas personas descartan la situación de explotación porque les parece una palabra muy fuerte. ¿Qué nos ha pasado para que lo que hace treinta años veíamos de una manera ahora lo veamos de otra? ¿En qué situación laboral tiene que estar alguien para que consideremos que está explotado?

La RAE recoge en su diccionario que una situación precaria es aquella que se caracteriza por su poca estabilidad y duración; la explotación se caracteriza por la utilización abusiva del trabajo o cualidades de una persona. Graciela, desde estas definiciones, está a la vez en una situación de precariedad y de explotación.

Su situación tiene poca estabilidad y, a la vez, está sufriendo un abuso porque trabaja fuera de cualquier protección laboral establecida por la legislación vigente porque no tiene contrato.

Lo que nos ha pasado a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas es que las propias gentes de la izquierda nos hemos empezado a hacer trampas al solitario con el lenguaje. Apareció el término precariedad y sus derivados.

Nos gustaban porque el concepto parecía representar las características de la situación común de miles de trabajadores y trabajadoras. Por el camino no nos dimos cuenta de que dejábamos de utilizar otras palabras porque nos parecían antiguas. Necesitábamos innovación en el lenguaje. Sin embargo, estos cambios lingüísticos han difuminado en la comunicación política algunas de las claves conceptuales que explican la injusticia de la estratificación social.

Debemos juzgar el uso de las palabras por sus consecuencias. Si el lenguaje que se va haciendo predominante nos esconde la realidad, nos insensibiliza, nos lleva a aceptar que lo que hay es lo que hay y punto, nos lleva a hacernos parecer que la palabra explotación es más fuerte que la situación en sí misma, sabremos a ciencia cierta que hay algo que no va bien.

Desde hace décadas venimos jugando con la palabra igualdad y la hemos vaciado de buena parte de su contenido sociopolítico esencial. Se habla, por ejemplo, de la igualdad de los españoles enfrentando a comunidades autónomas, ocultando a la vez las profundas desigualdades de nuestra estructura social.

La estrategia de comunicación de las derechas más insensibles y de los populismos de uno y otro signo nos conducen al falseamiento de la percepción de la realidad. Haríamos bien en aprender de Mina y no escuchar esos cantos de sirena ruidosos que nos engañan con los cuentos que nos gustaría que fuesen de verdad.

Deberíamos responder con ese estribillo: palabras, palabras, palabras, a la vez que reconstruimos el uso de las que nos hacen libres y justos.

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