HOGUERA DE MANZANAS

Mi forma de vivir

Olga Bernad

Olga Bernad

Salida de clase en un instituto. Chica con la melena al viento, un jersey que reza carpe diem y todos los cordones desatados. Un profesor amigo mío le dice: «¡Átate eso, que te vas a caer». La muchacha contesta: «Ya lo sé, es mi forma de vivir», y sigue tan pancha y desafiadora contra no sabemos quién, quizá contra sus propios dientes aún sin romper. Dentro de unos años, cuando aprenda que la auténtica rebeldía se paga con sangre, y no solo con la de la rodilla un poco raspada, tal vez tenga ocasión de comprobar de qué material está hecha.

Cuesta asimilar que debajo de la versión edulcorada y aceptada de la actitud rebelde –hasta el punto que rebeldes son unos vaqueros y una laca de uñas y un cantante o cantanta que van de transgresores en entornos seguros– nos espera siempre la versión áspera de la libertad. La que te procura más bofetones que likes con una fuerza que a veces te vuelve la cara del revés.

Cualquiera puede poner en redes «soy libre y rebelde», cualquiera puede autoproclamarse nieta de las brujas que no pudieron quemar (aunque su abuela viviera seguramente rezando el rosario como casi todas), pero muy poca gente puede, cuando la vida la pone en la tesitura, enfrentarse al poder en cualquiera de sus grados, ya no digo al Gobierno, la Administración o sus jefes, sino tan siquiera a la opinión mayoritaria de su grupo de amigos.

Ante esas cosas tan concretas, la mayoría de la gente hace tolón-tolón y encima te lo explica. Azaña decía que la libertad no hace más felices a los hombres, los hace simplemente hombres. Sin la superstición moderna en que se ha convertido la felicidad, es muy posible que a esta chica la rebeldía deje de resultarle atractiva. Aun así, yo entonaré un triste gorigori por su desparpajo perdido, que hoy vuela entre gabetes desatados y jóvenes melenas al viento.

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