Conocimiento del medio

El problema en las instalaciones educativas públicas aragonesas se hace más evidente con el cambio climático

Diciembre nos ha traído por fin el frío, pero también muchas incertidumbres en los centros educativos aragoneses. Hay veintiún niños y niñas en Caneto a quienes el Departamento de Educación del Gobierno de Aragón no les deja ir a su colegio y se les quiere obligar a largos desplazamientos diarios para poder ir a clase. Hay un instituto en Cuarte de Huerva, el Martina Bescós, en el que se clama y reclama por un edificio en condiciones, cuyas obras aún acaban de empezar. Los barracones se han hecho demasiado frecuentes en los centros de todo el territorio. Ya ni hablamos de la necesidad de instaurar ciclos formativos y de régimen especial en este municipio.

El caso del colegio Ana María Navales en Zaragoza es paradigma de la procrastinación en las obras. Empezaron en precario y ahora, según denuncia la AMPA, la calefacción no está todavía a punto. Entre tanto, se intentan calentar con una aerotermia que no terminan de hacer funcionar.

El del María Zambrano es más grave y peligroso. El colegio, de reciente construcción, está situado en pleno cono de deyección del Barranco de la Muerte. El 6 de julio de este año una tormenta de corta duración y gran intensidad provocó una arroyada que arrasó el centro, además de otras infraestructuras. Se trató de un evento meteorológico extremo, relacionado con el cambio climático, ya plenamente evidente.

La del Barranco de la Muerte es una cuenca poco extensa pero peligrosa, cuyo riesgo no ha sido tenido en cuenta. Tormentas como la de julio, y la riada asociada, pueden tener un periodo de retorno de veinte años con los actuales parámetros.

Sin embargo, las instituciones gobernadas por el Partido Popular, pese al demoledor informe del Colegio de Geógrafos y el contundente estudio del Colegio de Geólogos, decidieron que el centro escolar permaneciera en la misma ubicación. Incluso el Gobierno Central, en respuesta a una pregunta escrita del diputado de Sumar Aragón, Jorge Pueyo, ha recomendado complementar las medidas adoptadas por el Ayuntamiento de Zaragoza con otras, entre las que incluye la necesidad de un estudio pormenorizado de la posible retirada del centro educativo con «un análisis de sensibilidad», «la calibración con todos los datos de campo» y la inclusión de planos de «las zonas aguas arriba y aguas abajo», tal y como se indicaba en los informes técnicos.

Y es que el problema en las instalaciones educativas públicas aragonesas va mucho más allá. El frío y el calor excesivos siguen siendo un problema en nuestras aulas.

Los sistemas de calefacción están, en la mayoría de los casos, obsoletos y son ineficientes. Si a eso le unimos las necesidades de ventilación, heredadas de la pandemia, el resultado es que las calorías acumuladas se escapan por las ventanas de la misma manera que los presupuestos de los centros a mitad de invierno.

Lo del calor es casi peor. En los últimos cursos, desde mediados de mayo o hasta bien entrado octubre, se han dado temperaturas muy altas en el interior de las aulas. Y es que el cambio climático nos está trayendo olas de calor más recurrentes y más duraderas. De hecho, una de las conclusiones del estudio de riesgos y vulnerabilidades, elaborado en 2022 por el Servicio de Medio Ambiente y Sostenibilidad del propio Ayuntamiento Zaragoza, es que «se esperan incrementos de entre el 30% y el 50% de los periodos de calor con respecto al periodo 1971-2000». Es la realidad que ya estamos viviendo y que no tuvieron muy claro en la cumbre de Dubái COP28, la de mayor huella de carbono de la historia.

El alumnado, profesorado, personal de servicios y de administración de los centros, se hiela de frío o se asfixia de calor en sus clases, también en sus patios, pero ni el Ayuntamiento de Zaragoza, ni la Consejería de Educación han sido valientes para enfrentar esta emergencia climática a través de la eficiencia energética.

Las cubiertas de estos edificios ofrecen miles de metros cuadrados en los que instalar paneles solares que autoabastezcan a los propios centros. La tan necesaria climatización, a través de sistemas mixtos de energías renovables, como es la combinación con geotermia somera o aerotermia, es factible. No hablamos de futuro. Es presente. Existen y se vienen utilizando ya en nuestra ciudad.

Hay más métodos para minorar los efectos del cambio climático y el gasto energético. Chunta Aragonesista en Zaragoza ya propuso en 2016 la instalación de azoteas verdes en edificios municipales que alberguen vegetación y aumenten la inercia térmica del edificio. La capa vegetal funciona como aislante térmico.

Con ello también se reduciría el gasto en climatización de los edificios. Es solo un ejemplo de lo que se podría hacer por mejorar la eficiencia energética. No el único, porque no lo son las soluciones.

Conocer el medio es fundamental para un desarrollo sostenible. El futuro ya ha llegado, en su peor y su mejor versión. Ya estamos ante el cambio climático anunciado desde hace décadas, pero también disponemos de la tecnología necesaria para ser eficientes y minorar su progresión y consecuencias.

Se trata de ser conscientes de la necesidad, de la obligación, de adoptar cuantas medidas políticas sean necesarias para conseguir dar la mejor respuesta, la más adaptada a nuestro entorno.

Hagámoslo posible.

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