AL TRASLUZ

De coartadas y palabras

Ya me disculparán, pero hoy me decido por la Filosofía. Wittgenstein, al que algunos han calificado como «el último filósofo» –aunque estudiara matemáticas– hilvanó siete aforismos, que después pormenorizó, para construir su famoso Tractatus. No se asusten, sólo repararé en tres breves fragmentos, ustedes juzgarán si vienen al caso: «Has de tener presente que el juego del lenguaje es, por decirlo de algún modo imprevisible (…) Puede suceder cualquier cosa en el futuro». Estas y otras afirmaciones que las complementan han sido interpretadas del siguiente modo: es posible todo lo que se puede decir. Esto es, cuanto pueda ser dicho puede convertirse en realidad.

Tiempo atrás Heidegger ya había sentenciado que «el lenguaje es la casa del Ser». Es decir, nuestro verdadero hogar se halla en el lenguaje y no sólo el de cada uno de nosotros tomados individualmente, sino el de la sociedad en su conjunto. El lenguaje modela realidades, las construye y destruye. Por supuesto nuestro país no es en esto ninguna excepción. Hace tiempo habrán notado que los políticos, de aquí y de allá, de un color y otro –en esto no se aprecian diferencias significativas– no tienen otro método que el del lenguaje. Con sus propuestas y discursos, pero habría que incluir también sus diatribas e improperios, no describen la realidad, tratan de crearla aquella que se ajusta a su ideología e intereses, que a veces son lo mismo y a veces, no.

A tal punto es así que en la última organización ministerial se acaba de crear una Dirección General del Discurso y el Mensaje. Nada como la palabra precisa en el momento adecuado para vencer convenciendo. Bueno, también vale aquello del argumentario, y esto es válido para todos los grupos, esto es, el denodado intento de ganarse la confianza a base de repetir machaconamente lo mismo, venga a cuento o no. Hablamos de reproducir hasta la saciedad lo redactado previamente por un equipo cuya función es la de suministrar argumentos. Y sigo. Es seguro que también habrán podido percatarse de que los mensajes, argumentos, manifestaciones, expresiones (continúen el listado como mejor les parezca) son bastante pobres, en lo que concierne al léxico, la semántica y la retórica al menos. No es inusual oír a altos cargos cometiendo errores de expresión injustificables. No falta quien llama a eso pedagogía, lo que traducido viene a decir algo así como: lo decimos muy sencillito para que ustedes nos entiendan.

Sin embargo, yo creo que se trata de una coartada. No tienen por qué hacerme caso a mí, ¡faltaba más! Pero si lo dice Caballero Bonald… «La tan cacareada sencillez también puede ser (…) la coartada de los incapaces». Comprendo que se les va el día y la vida entre tanta reunión, comisión, compromiso, entrevista... que no les sobra el tiempo para andar pensando mensajes nuevos con los que moldear las cosas a su gusto. Comprendo que deleguen en especialistas la confección de los discursos. Lo comprendo casi todo. Me conformo con que «argumentistas» y «argumentados» sepan que no nos engañan, sabemos que todo son «co(h)artadas».

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